Estoy tan exultante que no quepo en mí con el éxito mediático que está alcanzando la literatura contemporánea este otoño. A la bomba del premio Planeta se ha sumado hace unos días la edición francesa, ya a punto de salir en español, de la biografía de Juan Carlos de Borbón, que promete pasajes emocionantes con sexo, traición, dinero y armas de fuego. Hay chicas, como en James Bond, y leones, como en las películas de Tarzán. Y sobre todo hay luces y sombras como en las de Ingmar Bergman y Santiago Segura.
Y mientras el lector aguarda impaciente, aparece el esperado volumen de autoayuda del tío más chulo de España, Luis Rubiales, destinado, por lo que parece, a niños pequeños y mujeres embarazadas. Su autor, por algún motivo inexplicable, tiene una compleja relación con los huevos, los propios y los ajenos. De estos últimos recibió en la presentación de su libro una buena muestra, mientras que de los primeros tiene una tendencia irrefrenable a hacer inventario con sus propias manos cuando uno menos se lo espera. Rubiales, como Borbón, ha escalado la cumbre del Himalaya, metafóricamente hablando, y se resiste a bajar. Pero la falta de oxígeno y el viento helado, a esas alturas, se hacen insoportables. Todo esto, el flamante Juan del Val lo contempla plácidamente desde su millón y su programa junto a una pareja de muñecos.
En fin, los tres autores, con sus recientes novedades, bien podrían servir para iniciar una biblioteca, que ya habrá tiempo de leer a Kallifatides o a Mariana Enríquez. Hay que empezar por los clásicos, como nos obligaban a hacer a los niños, cuando yo lo era, con La Celestina, de Fernando de Rojas, y el Lazarillo de Tormes. Una novela de prostitutas y otra de violencia infantil y crueldad extrema. O sea, que ya aguantamos todo lo que nos echen.