Eurocidade: la urgencia de una identidad cultural transfronteriza
OPINIÓN
La Eurocidade Verín-Chaves es, innegablemente, un caso de éxito en la cooperación del noroeste peninsular. Desde sus inicios, ha demostrado ser una herramienta vital para optimizar servicios, facilitar la movilidad y reivindicar un papel en la gobernanza europea. Hablamos de proyectos concretos: desde ecovías a la tarjeta de eurociudadano, la frontera administrativa es, afortunadamente, cada vez más difusa en el día a día de nuestros vecinos. Sin embargo, es hora de trasladar el foco de las infraestructuras y el comercio hacia algo más profundo y duradero: la cultura y la identidad.
Mientras que la cooperación económica prospera y la necesidad de reabrir fronteras por razones comerciales es siempre un tema candente en los medios, el debate sobre la identidad cultural compartida permanece en la sombra, confinado a eventos puntuales como el Carnaval o la Feira dos Santos. Estos son momentos de intercambio valiosos, pero insuficientes para cimentar una verdadera eurociudadanía.
El gran riesgo, y el punto central de esta reflexión, es que la cooperación transfronteriza se mantenga meramente a nivel institucional o económico, fallando en echar raíces en el alma de las comunidades. La cultura no puede ser vista como un adorno, una actividad de ocio para rellenar la agenda, sino como el aglutinante que sostiene la unión a largo plazo.
Verín y Chaves comparten lazos históricos, paisajísticos (el Támega y las aguas termales) y un vasto y valioso patrimonio inmaterial. Pensemos en el impacto mutuo de la gastronomía de los sabores gallegos versus el Pastel de Chaves y en la herencia de las tradiciones de A Raia, a menudo perdidas en medio de la modernidad. Más que promover la Ruta del Vino (o el Barroso, Patrimonio Agrícola Mundial), la Eurocidade debería debatir activamente cómo su cultura ancestral puede ser vivida y enseñada de forma conjunta, a ambos lados de la raya.
La verdadera sostenibilidad de la Eurocidade no se medirá por el número de proyectos financiados, sino por la capacidad de sus ciudadanos, sobre todo los más jóvenes y las asociaciones, de sentirse parte de un «todo» indivisible. ¿Por qué no incentivar proyectos continuos de intercambio juvenil enfocados en el teatro y la música? ¿Por qué no un programa de residencias artísticas transfronterizas que obligue a los creadores a explorar esa identidad híbrida y a cuestionar los mitos de pertenencia?
Es urgente que los ayuntamientos den un papel crucial y proactivo a las asociaciones culturales y juveniles de ambas ciudades, convirtiéndolas en socias en la definición de la agenda cultural y en la captación de fondos. Solo la participación cívica garantizará que la frontera mental sea erradicada y que la cooperación pase a ser una realidad vivida, y no una imposición burocrática.
En el fondo, la búsqueda de una identidad cultural transfronteriza es la búsqueda de una metafísica de la vecindad. Se trata de cuestionar lo que define la esencia de «ser verinense» o «ser flavianense» y descubrir que esa esencia no es exclusiva, sino dialógica, moldeada por el espejo del otro. Si la cooperación material es la ciencia del cómo hacer y el comercio es el arte del cómo intercambiar, la cultura es la filosofía del ser colectivo.
Es la interrogación constante sobre nuestra propia identidad en un mundo que insiste en dibujar líneas. Al trascender la mera utilidad y al abrazar el complejo tejido cultural que nos une, Verín y Chaves dejan de ser solo dos ciudades que cooperan y se transforman en un único concepto de humanidad compartida y una respuesta viva y poética a la cuestión: «¿Dónde empieza, realmente, nuestro hogar?».