La presidenta de las empresarias lamenta que no cuajen en la provincia proyectos que se basen en sus recursos naturales
09 feb 2008 . Actualizado a las 02:00 h.«En Ourense hay pocos empresarios y aún menos empresarias», dice Ana María Méndez, presidenta del colectivo femenino que reúne a unas 300 profesionales, directivas o que están presidiendo sociedades anónimas o limitadas. O sea, que la ciudad y la provincia están lejos de ese porcentaje del 36% de empresas gallegas que dependen directamente de mujeres. No es ninguna sorpresa teniendo en cuenta el escenario de la economía productiva ourensana. Percibe esta realidad en la oficina de la entidad que ella preside y que tiene su sede en la plaza de Paz Nóvoa, donde es fotografiada «porque es uno de mis rincones favoritos».
¿Por qué? «Porque está muy céntrica, por ella circula mucha gente, tiene terrazas muy agradables en las que te puedes tomar algo cuando hace buen tiempo y está céntrica porque une dos calles tan importantes de la ciudad como Paseo y Juan XXIII». No le queremos llevar la contraria, pero el espacio está despersonalizado, estéticamente gris y bastante descuidado para estar en la milla de oro. Ella repara en la observación y acierta a coincidir: «La verdad es que no estaría mal que le hiciesen una reforma».
Ana María es «ourensana de toda la vida», término que supone una especie de valor añadido porque ese «de toda la vida» parece como si quien lo luce gozase de cierto abolengo.
La presidenta de las empresarias ourensanas nace en Esgos en una familia que únicamente la engendró a ella, lo que supone una rareza porque en su generación eran normales familias con una prole numerosa. Estudia en las monjas de Santo Domingo y el bachiller en Cisneros. Encarrilaría su vida profesional muy pronto, como temprana fue la llamada del altar, casándose en 1964 con Santiago González Pousa «ya que desde los catorce años éramos novios», dice ella entre sonrisas. Ya tiene mérito. Esperó que él acabase sus estudios en Santiago y vivió mientras «pendiente del cartero para ver si me dejaba carta suya».
Experimenta en propia carne el fenómeno de la emigración porque ambos se van a trabajar a Málaga a la multinacional petrolera ESSO. Pero el suyo no fue un éxodo descarnado por la necesidad aunque se sintió en la ciudad andaluza tan desintegrada y desarraigada como si estuviese en las Antípodas: «Siempre digo que entré en Málaga pero Málaga nunca llegó a entrar en mí».
La presidencia
Allí nace una de sus dos hijas y pronto regresan a Ourense para montar una gestoría a la que sigue hoy ligada aunque como socia capitalista y sin tener que llevar la responsabilidad diaria de la oficina. Tal vez por su espíritu «activo, vitalista y emprendedor» acepta el ofrecimiento que en el año 2000 le hacen para presidir la Asociación de Mujeres Empresarias, sustituyendo a su anterior titular, Angelines Quintela.
El camino fue ilusionante, pero trufado de dificultades e incomprensiones después de que algunas maniobras urdidas desde la Confederación de Empresarios -sector masculino, digamos- pretendan llevar los hilos y manejar a un colectivo en el que su presidenta ya se había hecho fuerte.
Desde su fortín combate las tensiones del momento y que dan como resultado que las mujeres vayan por un lado y los hombres por otro. Superado aquel trance, del que ella guarda «sensaciones bastante desagradables que prefiero superar», desarrolla su actividad de forma autónoma «porque el tiempo nos ha demostrado que era mejor así».
Transformación
La entidad que dirige tiene 26 años de vida y pasó de las 84 socias que había en el 2000 a las casi 300 de la actualidad. El número es significativo, pero su calado es un tanto minifundista. «En una provincia como la nuestra lo que prima son las pequeñas y medianas empresas y en el ámbito femenino son microempresas», reconoce. Es decir, sociedades voluntariosas pero que generan autoempleo o como mucho tienen a dos o tres trabajadores.
A pesar de todo, «el año pasado la asociación ha impulsado la creación de tres empresas promovidas por mujeres» en una provincia «que vive un momento difícil y en la que seguimos esperando por esa gran transformación». Su apuesta, como la de tantas otras personas, es el termalismo y lo explica de una forma muy gráfica: «¿Cómo es posible que en el Levante se haya construido artificialmente y sobre cemento Marina Dor como ciudad de vacaciones que atrae a miles de personas y aquí con la riqueza termal, monumental y paisajística que tenemos no seamos capaces de explotarla?».
Jóvenes
Tal vez sea problema de los empresarios que no apuestan. O de los políticos, que se aletargan. Si fuese culpa de estos últimos, Ana María Méndez reivindica la utilidad del sufragio. «Deberíamos exigir la rentabilidad del voto, que no sea un cheque en blanco para hacer promesas y luego se olviden de nosotros». Es una reflexión.
Si fuese responsabilidad de los primeros, habría que hacer una mirada social introspectiva: «No nos engañemos. Hoy a los jóvenes se les da todo hecho y no siempre quieren apostar por el riesgo empresarial y a veces da pena ver a jóvenes licenciados que no saben qué van hacer de su vida».
Para impulsar ese espíritu empresarial, Ana María recuerda que la asociación que preside «asesora y da servicios, orienta, encamina las ideas e incluso hemos creado figuras como la socia novel para que se integre en la estructura de una empresa».
A ella le gustaría que esa tendencia mudase, que los ourensanos despertasen y mejorasen su autoestima aunque únicamente sea por un sentido egoísta de la vida porque, recuerda, «yo ya tengo nietos y me gustaría que le quedase un porvenir en esta provincia».
Mientras tanto, la realidad, terca ella, dibuja un horizonte complejo, también para las mujeres: «En la cúpula de la CEOE en Madrid hay dos o tres mujeres en medio de cien hombres».