Miopes y temerarios

Lois Blanco

OURENSE

22 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Esa «generación perdida» que bautizó Strauss-Kahn para referirse a unos jóvenes que probablemente vivan peor que la generación de sus padres les ha birlado la foto a los políticos por vez primera en una campaña electoral en España. Desorientados y confusos, ellos siguieron dando mítines en la recta final de la semana a votantes convencidos y a militantes que acuden a oírlos a cambio de transporte y bocadillo gratis. Pero el foco del interés se apagó en los pabellones de los mítines y se encendió en las plazas públicas; las de toda la vida. La interpretación reaccionaria de la Junta Electoral Central (JEC), que intentó prohibir lo improhibible, confirmó cuánto le tiemblan las piernas al sistema establecido con el movimiento del 15-M.

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La jornada de reflexión en la víspera de unas elecciones y la privación de la libertad de difundir encuestas desde cinco días antes son rescoldos de la época de la transición irreconciliables con los tiempos presentes. La democracia tutelada por los partidos que se diseñó en España para conseguir un tránsito ordenado desde la dictadura no evolucionó en treinta años hacia una mayor participación, sino que involucionó, porque el control de los partidos se extendió por todos los estamentos del Estado. Una muestra: la Junta Electoral Central está integrada por jueces, pero también por catedráticos de Derecho que proponen los partidos en función de su representación parlamentaria.

Si hubiera listas abiertas, eliminación de jornadas de reflexión y varias modificaciones pendientes para descorchar los partidos y ventilar la casa de la democracia, me pega que estaríamos hablando igualmente de plazas llenas de gente este fin de semana. Porque lo que pasa es sencillamente que hay una marea casi universal de personas -voten lo que voten o no voten- que están hasta el gorro o hasta moño, y que su cabreo ha coincidido con esta era digital en la que los partidos, los sindicatos... y los medios de comunicación tradicionales han perdido el oligopolio de la distribución de información y de la capacidad de convocatoria.

La amalgama de ideologías reunidas en las plazas no es un defecto, sino una necesidad consustancial para sumar apoyos, porque indignadas estamos personas sin distinción de raza, sexo, edad o ideología; muchas más que todas las reunidas en todas las plazas este fin de semana.

Griegos, irlandeses, lusos y españoles somos los que pagamos el pato en Europa de una crisis desatada por la avaricia. Aunque hubiese listas abiertas, pero estuviésemos al borde de los cinco millones de parados, las plazas estarían llenas.

Hay muchos motivos de indignación. Escuchar, por ejemplo, a las agencias de calificación pontificando cuando fueron colaboradores necesarios para que se produjese el crac financiero. Cada uno de nosotros tiene uno o un puñado de motivos para estar un poco indignado, hasta la detención del que llamó a los de las plazas «generación perdida», Strauss-Kahn, indigna. Sobre todo si la historia es la que se cuenta, y tiene pinta de que así ha sido, una vez que le han puesto un brazalete, vigilancia 24 horas y una fianza de un millón de dólares.

El ex director gerente del Fondo Monetario Internacional se abalanzó como un gorila macho sobre una mujer del servicio de habitaciones que entró en su cuarto, pero en el partido socialista francés todavía son mayoría los que alegan que se trata de una conspiración para eliminar de la carrera hacia el Elíseo a su macho alfa, el señor Kahn que iba a derrocar al bajito Sarkozy. Son marcianos.

Esta noche, el movimiento pacífico de las plazas se desintegrará, en apariencia. Los políticos elegidos democráticamente por la mayoría volverán a salir en las fotos. Pero el volcán está en erupción, y si los de arriba no lo quieren ver será porque son miopes y temerarios.