Hay muchas cosas en las que no coincido con Gonzalo Pérez Jácome, cuyo partido tiene ocho concejales en Ourense y dos representantes en la Diputación. Hay cosas que no me gustan. Por ejemplo que se vaya del salón de plenos, donde ha querido sentarlo un número relevante de ciudadanos, cuando se está celebrando una sesión. No me parece normal que asegure que se duerme en las juntas de área, a donde los representantes municipales van a trabajar. Tampoco comparto que haya declarado la guerra a todos los funcionarios. Que los habrá vagos y malos, claro, pero en la misma proporción que en el resto de la sociedad. Generalmente generalizar es injusto. No me parece coherente que siga, después de decir que si no conseguía ser alcalde de la ciudad dimitiría. De hecho, tampoco entiendo que se haya empeñado tanto en ser alcalde, cuando los votos son los que son. Y que pocas veces tenga una aportación en positivo en lo que a la marcha de la ciudad se refiere. No me gustan las propuestas que parecen de coña, aunque me hagan gracia, porque la gestión municipal debe ser algo muy serio. No me gusta que falte al respeto en el ejercicio de su cargo, aunque reconozco que tiene momentos de El Club de la Comedia cuando prescinde de los insultos.
Hay muchas cosas que no me gustan de Jácome (obviamente también de otros muchos representantes de los ciudadanos y, qué caray, de muchos ciudadanos). Pero hay algunas que le reconozco. Una de ellas es que cumple con lo que dijo que iba hacer cuando se embarcó en la vida política. En aquel entonces, cuando su forma de hacer militancia de sí mismo era darle vida a Miño Man, prometió que iba a hablar el lenguaje de la gente normal y a decir lo que todo el mundo pensaba. Lo está haciendo. En aquel entonces, cuando él convertía Ourense en Planeta Auria y nosotros, inocentes, creíamos que nuestra realidad política no podía ser más delirante, aseguró que quería entrar en las instituciones para levantar las alfombras. Y las está levantando. Lo hizo esta semana cuando dio a conocer algo que alguien no quería contar. La Diputación adquirió una colección de periódicos por 2,7 millones de euros en una operación que la oposición no ha dudado en censurar por las formas, que definen como oscurantistas, y por la cantidad, que ven excesiva. Es probable que si Jácome no hubiera sido fiel a su vocación inicial, el polvo siguiera a estas alturas debajo de la alfombra, acumulándose al que está sin limpiar.
Mientras el presidente de la Diputación presenta jornadas de transparencia y presume de clasificaciones internacionales, international rankings, solo Jácome preguntó en pleno por una modificación de crédito de 900.000 euros que se presentó bajo el transparente nombre de «operacións culturais complexas» y solo él, meses después, contó qué había detrás. O debajo, si seguimos la imagen de la alfombra. Eran operaciones complejas, eso es verdad. Complejo es aquello que es complicado o difícil... en este caso, complicado o difícil de entender.