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Agostiño Iglesias

El Pop efervescente de Santiago López Amado puede disfrutarse en el Centro Cultural Marcos Valcárcel

17 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«No hagas ningún caso a lo que la gente escriba sobre ti, sólo mídelo en centímetros». Warhol.

La Sala 2 del Centro Cultural Marcos Valcárcel exhibe el proyecto plástico que el artista Santiago López Amado propone en el lenguaje explosivo del Pop con colorido efervescente y una iconografía vinculada a los «mass media» y a la «cultura popular» integrada por todas aquellas manifestaciones públicas y privadas, emocionales y superficiales, alusivas al mito creado por la idealización de la imagen que genera el cine, la publicidad y los falsos recuerdos de un pasado que casi siempre se transforma en nostálgico y feliz.

Como advierte el comisario de la exposición, el crítico y profesor Víctor Zarza, Santiago López Amado se autorretrata física, biográfica o emocionalmente a través de un discurso que integra personajes reconocibles del cómic, fotogramas y secuencias de películas, productos comerciales, distintas tipografías, fotos familiares… elementos que forman parte de esa «iconosfera» que identifica el capital cultural que definía Bordieu y la identidad del artista que se presenta como el conjunto de cualificaciones intelectuales producidas por el medio familiar, el sistema educativo y otros fenómenos externos apropiados durante años y fruto del contexto vivido y contemporáneo al artista como agente dinamizador de su tiempo. Zarza valora la pertinencia de López Amado respecto a la adecuación con la que expresa el concepto que transmite y la claridad del mensaje a pesar de la multitud sinestésica de sentidos estimulados mediante signos culturales, fragmentos visuales y la profusión de imágenes sin sentido integrado que a la par expresan el contenido exacto de una cosmogonía personal.

Viñetas, dibujos, fragmentos de un storyboard autobiográfico, guion gráfico de una historia vivida o deseada con un erotismo expreso y evidente próximo en las carnaciones plastificadas de anatomías hipertrofiadas de las chicas de calendario de Mel Ramos, reclamo estimulante para una mirada masculina con una paleta edulcorada y artificial. Resuelve, sin embargo, el protagonismo de la mujer que se exhibe, independientemente de cómo se perciba la lectura, de cómo sea la mirada. La mujer no es un objeto pretexto sexual y anónimo sino la dueña de su cuerpo que presenta en la identidad del todo que encarna.

Santiago López Amado transforma aquella visión desencantada y pasiva de la realidad sin intención crítica, testimonio frívolo de la sociedad de consumo del voraz capitalismo que fue a mediados de los 50 el Pop Art o Popular Art con aquel discurso propio democratizador del arte para utilizar su lenguaje integrador y estético como código iconográfico, puesto que dentro del caos ordenado de símbolos y estímulos, el artista no plantea ningún distanciamiento afectivo, concretamente en obras en las que conviven fotografías y recuerdos familiares con personajes del cómic paradigmáticos clásicos y retrofuturistas como Peter Punk de Max, los superhéroes de la Marvel, Superman y hasta un dibujo de Picasso de abierto diálogo en Meridiano.

Cabe destacar la soltura en el trazo y la interesante textura que genera el grafito y el óleo sobre el papel, técnica mixta que utiliza en la obra Mago de Oz y Tintín.

Apropiaciones con esencia de pasado y versatilidad de lenguajes. Amplio dominio del color y maestría en el dibujo.

A nivel expresivo funciona la curiosa y aparente incongruencia de los elementos insertados a pesar del ruido generado por la explosiva colisión de la multitud de signos conjugados, como en los retratos de sus padres, una revisión del Cristo de Velázquez, extrañas asociaciones como en Frankestein, mamá y Monsters High, estrellas del Rock como Jagger, Roger Waters de Pink Floyd, el coronel Sanders de KFC, los Obama, personajes de la actualidad y el arte aderezados con elementos propios; del garabatismo infantil a los retratos de Marilyn Monroe, Elvis y «Los Curris».

Iconos fascinantes, onomatopeyas, series miméticas, estereotipos culturales y color eléctrico. Somete a un proceso de desnaturalización a la imagen creando una obsolescencia que anula su significado inmediato, descontextualizando sujeto y objeto integrado en otra secuencia, insertado en otro contexto que disecciona en estructuras autónomas, fragmentos que recuperan la esencia cultural convertida en producto de consumo.

Su dibujo sofisticado de clasicismo atemporal remite a Lichtenstein al anular la sensación de profundidad mediante la superposición o yuxtaposición de las imágenes y transforma el espacio plástico en espacio vital.