Todo medre

Isaac Pedrouzo ESTO NO ES OREGÓN

OURENSE

MIGUEL VILLAR

«La rutina es una de esas desgracias habituales a menudo capaz de cargarse todas las cosas simples». La columna de Isaac Pedrouzo.

22 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La rutina es una de esas desgracias habituales a menudo capaz de cargarse todas las cosas simples. La rutina te atrapa en el pasillo de casa, en la silla del trabajo, esa que un día podía girar. Te agarra en el supermercado, frente a la nevera muda de yogures y no te suelta, como la maldita canción insoportable del hilo musical.

Alguien debería hacer algo con todos esos hilos musicales. La rutina hace mella de manera prudente, con su cautelosa y hábil manera de actuar y desarma cada intento -inútil de antemano- de evasión sin apenas esfuerzo. La rutina viene para quedarse, sin preguntar, aunque todo haya salido bien. Aunque todo haya salido mal. Te convierte en otro figurante sin importancia rendido a la comodidad ofensiva de lo pronosticable. Una tiranía consentida de potestad casi incuestionable.

Algunas veces odiaba que me despertase. No había miedo ni odio, ni siquiera una pequeña sensación afligida de desgaste. Sabía qué iba a suceder en cada minuto de cada hora, como un guión televisivo tan predecible como desaborido.

Los pantalones por los pies y la música indie en el reproductor. Pero es que, ¿sabes?, al final, los pantalones solo entran por los pies y la música indie puede no tener escapatoria. Me había cansado -y casi aborrecido- de todas aquellas canciones pop que solo permitían dos estados de ánimo: la pena o el gozo. Una montaña rusa sin curvas, solo subidas y bajadas. No había tregua ni zona de avituallamiento.

Pero la rutina, aunque hábil, no siempre es invencible. Quiso Dios, o quien quiera que sea el que maneja eso del azar, que fuese domingo. Decidió también que 34 grados no eran suficientes y el sol, trabajador internacional incansable y eficaz, golpeaba el suelo empedrado de la plaza con ahínco. Y allí salían al escenario los que eran mis amigos. Los cinco. Con las gafas de sol desgastadas. Sabiéndose partiquinos de aquella obra. Sumergido en mi primera cerveza en meses -por prescripción médica que no por voluntad propia, que nadie me tome por loco- observaba histérico la falta de interés que el mundo tiene por su alrededor.

Cuando el alrededor no es cuestión de alarde. Y yo allí, casi fascinado por el reflejo del sol rebotando en la galería donde una octogenaria enseñaba los pechos desde su posición privilegiada. «Sen ver que a pel mudou de cor, arredaste de mín...» sonó de pronto casi amarilla, cuando el amarillo oscurece y se vuelve apenas naranja.

Y la rutina de las canciones consumidas por los años desapareció sin más. También la temperatura insoportable y los murmullos indiferentes se convirtieron tan solo en inofensivos susurros taciturnos. «…es ti quen deu os ollos ao mar que os alonxou de min…» predecía una segunda cerveza, la segunda en meses.

Y mientras su sabor amargo me recordaba que una vez fui otro, peor, Os Amigos dos Músicos, desde allí arriba desgastaban por fin la rutina. «E así, so hai que agardar que a luz chegue , se nós, no inverno da prisión todo medre».

Todo medre.