En tiempos donde el fútbol moderno huele demasiado a márketing, la Copa del Rey es un soplo de aire fresco y un viaje al pasado. Por unas horas, las estrellas mediáticas tienen que poner los pies en la tierra y jugar en campos donde el césped no está cortado al milímetro. Espiñedo tuvo la suerte de ser esta semana uno de esos escenarios. O Carballiño estuvo por unas horas en el mapa futbolístico nacional y su partido fue seguido en una cadena nacional en horario de máxima audiencia. Y los de Fran Justo no se dedicaron a hacer de sparring. Ni mucho menos. Llevaron al todopoderoso Valencia, del multimillonario Peter Lim, a la prórroga. Cayeron con la cabeza alta y entre vítores de su fiel afición que llenó las gradas del vetusto campo del Arenteiro. Hay derrotas que saben a victoria. Y esta fue una de ellas. Al equipo le tiene que servir como autoestima para enderezar el rumbo en su día a día de la Segunda RFEF. A los aficionados para recordar que cada quince días pueden disfrutar del equipo de su villa. Al entrenador, de escaparate en una carrera solvente en el fútbol provincial. Y a la directiva, de aval y de chute de energía para un grupo liderado por Argimiro Marnotes que tapa con ilusión las carencias de una estructura que está lejos de ser profesional. «Como va a ser un equipo como el Arenteiro considerado profesional, si cada vez que alguien tiene un problema o una solicitud llama al presidente», me comentaba con sorna el dirigente esta semana en plena vorágine de la previa con el Valencia. Ahora que se apaga el ruido, toca seguir trabajando igual de bien porque en el fútbol la suerte también hay que buscarla.