Tercera generación tras la barra

María Cobas Vázquez
maría cobas O BARCO / LA VOZ

A MEZQUITA

Santi M. Amil

Los padres compraron en 1978 el restaurante que ahora regenta el hijo en A Mezquita

24 ene 2020 . Actualizado a las 13:10 h.

Genoveva Alonso Alonso creció en la cantina que su madre tenía en Fornelos de Filloás (Viana do Bolo). Apenas tenía doce años cuando ella y su hermana cogían el caballo y se iban hasta A Gudiña para buscar del tren los víveres que después vendían en la aldea, que podía ser café o azúcar, pero también despachaban zapatos o batas.

Años después, Genoveva se casó con Ambrosio Rodríguez Pérez, también de Viana, y juntos se mudaron a As Portas (Vilariño de Conso), donde abrieron el bar restaurante A Campaciña. Eran los años de la construcción el embalse, así que había mucho trabajo y mucha gente a la que dar de comer. En aquel tiempo nacieron sus tres hijos, «alí, literalmente no bar, nada de ir ao hospital», recuerda José Luis. Él y sus dos hermanas se criaron en el bar, en el que echaban una mano a la salida del colegio. Hasta que el fin de las obras allá por el 1977 dejó el pueblo muerto, así que Genoveva y Ambrosio buscaron otro lugar en el que establecerse. El marido era camionero (también tenían taxi) y en uno de esos viajes supo que José Moure Civeira, un vecino de A Mezquita que había sido cura, vendía el restaurante que tenía en O Pereiro.

No sin esfuerzo, el matrimonio compró el Don Pepe (el nombre que Moure le había puesto en recuerdo a cómo era conocido en su etapa de sacerdote). Era el 1978, «e aínda que nas Portas fixeran algo de cartos, non daba para todo, así que tiveron que pedir ao banco e tamén a algúns familiares», recuerda el hijo. Fueron tiempos de sacrificio para sacar adelante el negocio, que llevaba dos años abierto cuando la familia Rodríguez Alonso se hizo cargo, aunque no funcionaba muy bien. «Naquel momento era só a planta baixa, con dúas habitacións para o persoal», recuerda José Luis, que entonces tenía 5 años. «Nós [los hijos] estábamos estudando e axudábamos cando podíamos», cuenta. Poco a poco fueron ampliando, primero con el comedor, y después con el hostal. Ahora, el restaurante Don Pepe está inmerso en una importante reforma, «para darlle unha nova cara ao negocio», resalta José Luis.

El hijo está ahora al frente del negocio, con su mujer en la cocina y con su hermana María Valeria echando una mano por las tardes (ya que por las mañanas trabaja en el Concello de A Mezquita). «A miña nai está xubilada e o meu pai a punto. Cústalles deixalo porque se ven ben e non saben facer outra cousa», resalta el hijo orgulloso. Fue la suya una vida de mucho trabajo, en la que Ambrosio le quitaba horas al sueño para poder disfrutar de su pasión: el fútbol. «Pola mañá ía podar as viñas e pola tarde xogar ao fútbol», recuerda el hijo.

La vuelta de Madrid

José Luis no siempre vivió en A Mezquita. Se marchó para estudiar Derecho y después para trabajar como funcionario de prisiones. Llevaba siete años en la cárcel de Soto del Real cuando su padre le dijo que o se venía, o cerraban el negocio. «Daquelas eu estaba tres días en Madrid traballando e despois viña cinco para aquí; e a verdade é que estaba cansado. Ademais, meu pais díxome que xa non se vía co negocio, que non se movía cos papeis. E estaban pensando en vendelo ou alugalo», recuerda el hijo. Así que él no se lo pensó, cogió una excedencia e hizo las maletas. «A verdade é que o negocio gustábame, porque é o que mamei desde pequeno, e como funcionaba ben, decidín vir», señala.

Reconoce que es una vida complicada, porque el día que cierra el restaurante siempre hay cosas que hacer, así que son siete días de trabajo a la semana; pero dice que le gusta. Y con dos niños pequeños cree que A Mezquita es un lugar perfecto para que crezcan. «Aquí estase moi ben, a educación é máis familiar, hai outro ritmo e outros valores», señala. Apunta como ejemplo que en el cumple de su hija se juntan 25 niños, y está seguro de que en la capital serían muchos menos, porque la gente anda más a sus cosas. «Nada é perfecto, nin un sitio nin o outro, pero este gústame máis», asegura. Y no está solo en esa idea. A su mujer también le tira A Mezquita, y el sector, no en vano es la cocinera. «Gústanos traballar xuntos, e xa estamos argallando cousas novas na cociña», avanza.

El Don Pepe es un punto de parada obligada en A Mezquita, un lugar en el que a diario se juntan más de un centenar de personas a comer y unas cincuenta a cenar, en parte por el apogeo de trabajadores de las obras del AVE; y que durante los fines de semana es punto de encuentro de pandillas enteras que incluso viajan expresamente desde puntos tan dispares como Ourense o Sanabria para comer. Eso es lo que permite tener un negocio que emplea a 12 personas.