La centenaria que se aficionó al té durante su luna de miel en África

María Cobas Vázquez
María Cobas O BARCO

A RÚA

Concha Niza, como todos la conocen en A Rúa de Valdeorras, tiene 106 años.
Concha Niza, como todos la conocen en A Rúa de Valdeorras, tiene 106 años. LOLITA VÁZQUEZ

Concha Vázquez Pérez, conocida como Concha Niza por el hotel que regentó en A Rúa de Valdeorras, celebró en agosto su 106 cumpleaños

26 dic 2024 . Actualizado a las 08:15 h.

Coqueta, alegre y muy familiar. Esas con algunas de la cualidades que Concepción Vázquez Pérez reconoce en sí misma. Aquellos que la rodean añaden también cariñosa, de fácil trato y divertida. Esto último queda confirmado en una hora de conversación con ella y el resto se vislumbra en lo visto y escuchado. Concha, como todos la conocen, tiene una conversación ágil y locuaz en la que no faltan las bromas.

Nació en Valdanta (O Bolo) el 18 de agosto de 1918. Hace más de cuatro meses que cumplió 106, aunque ella siempre fue más de celebrar el santo, así que la fiesta fue a principios de mes.

Siendo apenas una niña se mudó al núcleo de Santa Cruz. Era la mayor de ocho hermanos en una familia que tenía un ultramarinos y una funeraria y que pronto amplió el negocio con una tienda en A Veiga. En ella atendía Concha siendo una jovencita y fue allí donde conoció al que, con apenas 21 años, se convirtió en su marido. Él era un militar destinado en Ferrol aunque natural de A Veiga, y fue en una de sus visitas a casa cuando se conocieron. «Me casé muy enamorada», cuenta. Su luna de miel fue un viaje a África, pero no como turistas, sino porque su esposo fue asignado allí. En Larache (Marruecos) pasaron tres años. En ese tiempo Concha hizo muchas amigas musulmanas que con frecuencia la invitaban a tomar el té por las tardes. «Me envicié», reconoce riendo. Pero echaba mucho de menos su casa, así que apenas comía. Recuerda que para el viaje de retorno a Galicia se puso una falda en la que se marcaban los huesos de las caderas de lo flaca que se había quedado.

Concha volvió a casa y su marido se fue a la academia en Madrid como paso previo a un ascenso. Pero el cambio de un clima tan cálido como el de Marruecos «al frío que pasaban en el pabellón» le provocó un importante daño en el pulmón que acabó con su carrera militar. Así que la familia se reunió de nuevo en Santa Cruz. Nació entonces el único hijo de la pareja, que era un niño cuando su padre murió. Concha se quedó viuda con 37 años. Nunca pensó en rehacer su vida: «Siempre lo respeté, de casada y después de muerto. Él tenía pena por si se moría y me volvía a casar, pero siempre le dije que eso no pasaría». Y cumplió.

Enviudó con 37 años

Viuda tan joven, tenía que sacar adelante a su hijo y dio el salto a la hostelería. Junto a dos de sus hermanos abrió la fonda Santa Cruz en A Rúa de Valdeorras. Años más tarde ampliaron el negocio. Construyeron un edificio y montaron el hotel Niza, que tenía también servicio de restaurante y taberna (de hecho, el cartel del bar todavía forma parte de la fachada del edificio).

Fueron años de mucho trabajo, pero muy prósperos. «La hostelería es muy dura, pero nosotros teníamos muy bien repartidas las funciones», señala. Concha se encargaba de la cocina. Su plato estrella era la merluza a la cazuela, aunque los ingenieros que entonces llegaban para trabajar en Saltos del Sil adoraban sus platos de cuchara. «Había un ingeniero que me decía que si me estableciese en Madrid y diera mi caldo y mi sopa habría que poner un guarda en la puerta», relata. A modo de anécdota cuenta que cuando había una inspección siempre destacaban en sus notas «una limpieza muy esmerada», relata Concha, que destaca también el buen ambiente que tuvieron siempre en el trabajo. Para conseguirlo desvela como fundamental el diálogo. «Nunca obré por mi cuenta, si tenía alguna idea la planteaba», dice al explicar que nunca tuvo roce alguno con sus hermanos y sus cuñadas en todos los años que trabajaron juntos.

Sin vacaciones hasta los 60

Con 58 se jubiló. Le dieron la incapacidad absoluta por sus importante problemas de columna. Hasta entonces nunca se había cogido vacaciones. Siendo pensionista, aprovechó los viajes del Imserso para conocer varios balnearios de Galicia (cita el de Carballo como su favorito) y se sumaba a las excursiones del desaparecido centro social rués. Así fue como viajó hasta Valencia. Pasados los noventa dejó de viajar. Para entonces, su movilidad ya se había reducido de manera importante. Confiesa (porque rechaza levantarse «para que no te lleves una desilusión») que tiene la espalda muy encorvada y precisa de la ayuda de un andador para caminar. Aunque eso no significa que esté todo el día sentada. Camina por el piso durante horas. «Tiene los azulejos desgastados», apunta su nieta Lara. Hasta hace tres años todavía elaboraba licor café. «El que lo hace no es el que más toma, pero a todos los satélites le gustaba bien», cuenta entre risas, señalando a sus nietos. Lara y Hugo confiesan que su bebida era inconfundible y que sus amigos adoraban tener la suerte de recibir como regalo una botella de licorka de la abuela Concha.

Concha vive con Manoli, su hija. Siendo fieles a la realidad, es su nuera, pero ambas aseguran que su relación es mucho más que eso. «Dicen que suegras y nueras se llevan mal y eso no es verdad, nosotras nunca hemos tenido una discusión. Yo siempre la he tenido como una hija», asegura Concha. Manoli lo corrobora y señala que de hecho ella la llama mamá, una palabra que cobró todavía más fuerza cuando la suya falleció. Concha y Manoli pasan juntas el día. La mayor se entretiene mucho con la televisión. No se pierde el informativo. Le gusta estar enterada de lo que sucede y está al día en política, aunque con picardía declina dar pistas sobre sus preferencias de voto.

Preguntada por el truco para llegar a los 106 con ese buen humor, Concha presume de genética. Su madre falleció con 96 y de las tres hermanas que quedan, la pequeña tiene 91. A eso se suma, dice, «hacer una vida normal, muy metódica». Sobre la alimentación, el pescado, las verduras y las legumbres son fundamentales en su dieta, aunque en las fiestas todavía degustó cabrito. «Como de todo y nada triturado, me gusta morder», remarca.