«Los arqueólogos somos un poco cotillas»

Alfredo López Penide
López Penide PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Luz conde

Antonio de la Peña tiene claro que los seres humanos, pese a conocer el pasado, lo van a repetir: «Somos contumaces»

26 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Llegó a la arqueología por casualidad. Antonio de la Peña cursaba en el bachillerato ciencias puras, pero le «tocaron los peores profesores de matemáticas del mundo, y de latín, también. Ahora veo que no son tan difíciles, pero te las explican tan mal... Era imposible y me condujeron al lado de las humanidades». En el preuniversitario de entonces, en el instituto, la fortuna hizo que «la asignatura de historia del arte la impartiera Alfredo García Alén -fue Miembro de la Real Academia Gallega, del Instituto Padre Sarmiento y del Museo do Pobo Galego, entre otras instituciones-. Por algún extraño motivo, yo ya estaba un poquito obsesionado por los grabados rupestres y él se dio cuenta que tenía esa afición de buscar piedras por el monte. Inmediatamente, me cogió de la mano y me trajo al Museo. Empezamos a colaborar y ahí nació todo».

Hoy en día, Antonio de la Peña Santos es el arqueólogo del Museo Provincial y tiene claro que un profesional de esta rama se hace, no nace. En este sentido, no duda de que «el ambiente que te rodea es determinante para definirte como persona, pero también como profesional», si bien matiza que el futuro de una persona va a depender de otros factores: «Depende de dónde caigas y yo caí de casualidad en manos de García Alén y de ahí vino todo», reitera entre risas.

Huye del usted -«a mi me sale el tú»-, al tiempo que se define como «un tipo normal y corriente. No soy ni mejor ni peor que otra persona, con sus defectos y supongo que con alguna virtud».

Ya suena a tópico, pero, tarde o temprano, Indiana Jones termina por aparecer en escena. De la Peña tiene claro que el personaje que interpreta Harrison Ford ha hecho más bien que mal a su profesión. A fin de cuentas, «el cine es fantasía. El cine histórico contaría las batallas tal cual como ocurrieron si fueran un documental, pero es fantasía y tenemos que entender que la arqueología que aparece es fantasía». «Hizo mucho bien porque, de algún modo, puso de moda, aunque presenta una arqueología que nada tiene que ver con la realidad. El arqueólogo no fue nunca, y menos ahora, un coleccionista. Y segundo, y tengo que lamentarlo profundamente, no nos rodeamos de una infraestructura como la que aparece en esas películas», acota al respecto.

Volviendo al terreno de la realidad y tras varias décadas en el Museo de Pontevedra, De la Peña tiene claro que su mayor satisfacción es «el simple privilegio de poder tocar objetos de, a lo mejor, medio millón de años, poder tocar objetos que en ese tiempo nadie más ha tocado, ni nadie ha visto antes que tú».

El hallazgo de esas piezas es como abrir un puzle y desparramar las piezas por el suelo. Comienza entonces el trabajo de encajarlas correctamente, una labor que trasladada a la arqueología se traduce, a grandes rasgos, en «intentar averiguar quiénes eran las personas que se esconden detrás de esos objetos». Y es que los arqueólogos, ante todo, «somos un poco cotillas. Los historiadores y los arqueólogos tenemos que ser cotillas, tenemos que tener curiosidad. Si no la tienes, olvídate», sostiene Antonio de la Peña, al tiempo que destaca las colecciones arqueológicas que atesora el Museo. A fin de cuentas, como se presta a matizar, son la propia base de la existencia de esta institución dependiente de la Diputación.

No en vano, el Museo nace de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra que, «como su nombre indica, tenía algo que ver con la arqueología».

El estudio del pasado le lleva a una certeza, la de que el pasado tiende «siempre» a repetirse. Asegura que sería un mal profesional si no tuviera presente dos dichos: Por un lado, que «quien olvida su historia está condenado a repetirla» y, por otro, «el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra... Y tres, y cuatro, y cinco», añade. Es por ello que tiene claro que volveremos a repetir nuestro pasado, aunque no de forma mimética. Y es que «no aprendemos. No hay manera. Somos contumaces, como diría Berlanga».Pese a que de sus palabras pudiera desprenderse un augurio negativo del futuro, nada más lejos de la realidad... «El futuro es siempre bueno», remarca, al tiempo que insiste: «El vaso hay que verlo siempre medio lleno porque si no nos conduciría al nihilismo y al suicidio colectivo».

Sostiene que cualquier historiador corroborará su afirmación de que todas las sociedades sufren altibajos -es lo que se conoce como dientes de sierra-, pero que siempre, de una u otra manera, terminan progresando. No oculta que el futuro será «complicado», pero apela al intelecto: «Si la naturaleza nos ha dotado de un cerebro, por los menos, usémoslo, pero usémoslo para hacer el bien. Ser mala persona es muy complicado. Es muy cansado. Además, en la arqueología estamos un poco para alegrar la vida de nuestros semejantes».