La desesperación crece entre los ucranianos de Galicia: «No sabemos nada de nuestro hijo Andrés»
PONTEVEDRA
Desde Lugo, Ribeira o Australia, donde vive un matrimonio formado por una ucraniana y un compostelano, dan cuenta de la dramática situación que viven los suyos
26 feb 2022 . Actualizado a las 08:37 h.Tras dos días de bombardeos, la desesperación ha aumentado entre los ucranianos que viven en Galicia o a los que, como a Bohdana Voroshchuk, casada con un compostelano, le está tocando vivir la guerra en su país a miles de kilómetros, en Australia concretamente. Todos intentan hablar con los suyos para saber cómo están las cosas en los territorios bombardeados. Pero no siempre lo consiguen.
Elena Hodovaniuk, desde A Coruña
Tiene 52 años y vive en el barrio de Monte Alto de A Coruña desde el 2020. Decidió regresar de su Ucrania natal en el 2020 tras vivir siete años la guerra de cerca, tanto que en el 2015 resultó herida en la cabeza tras un bombardeo en su ciudad, Donesk, territorio que declaró la independencia del país ucraniano en el 2014. Desde entonces sus habitantes no han conocido la paz: «para nosotros el sonido de las bombas es normal. Es el día a día, por eso, ahora que Putin entró en Ucrania creemos que puede ser el fin de esta matanza. Todos estos años la gente se ha sentido abandonada», dice Elena con la boca pequeña, porque es consciente de que pronunciarse en ahora a favor del ataque ruso es incomprensible para la mayoría: «siento ardor dentro por todo lo que viví. Parece que me tengo que sentir culpable, pero mi pueblo ha sufrido todos estos años sin que nadie hiciese nada. Yo era apolítica, pero la política y la guerra llamaron a mi puerta».
La mujer llegó a Galicia a inicios del 2000, se casó con un exguardia civil y tuvo un hijo, pero después se separó y volvió a Ucrania. Allí se encontró con una situación extrema y trató de volver a España. «Cuando estalló la guerra en Dombás yo quería seguir formando parte de Ucrania porque además, con mi pasaporte español no podía entrar en Rusia, me pedían visado. Entonces, cuando intenté irme estaban en la frontera militares ucranianos controlando el paso. Vi con mis ojos cómo le pegaron un tiro a cinco personas, mi hijo vio cómo violaban a una mujer y a nosotros no nos hicieron nada porque les dije que eramos ciudadanos españoles. Eso fue lo que nos salvó. Me dijeron ´vete, pero si te volvemos a ver te matamos´ y me pidieron dinero». Después de eso, la mujer se desplazó hacia la frontera con Rusia, «pero del otro lado. Les expliqué que mi hijo era español, nacido en A Coruña, y les enseñé la partida de nacimiento. Tardaron una media hora en comprobarlo y luego nos dejaron pasar. Después nos mandaron a Crimea, en donde estuvimos en un hotel pagado por ellos cuatro meses». Pasado ese tiempo, decidió volver a Donesk: «estaba embarazada y no quería correr el riesgo al intentar irme del país. De nuevo en la frontera expliqué lo mismo, que teníamos pasaportes españoles, y pudimos pasar».
A su regreso a casa se encontró con la vivienda en ruinas a causa de los bombardeos. «Ucrania cortó todos los suministros, agua, luz, gas...y prohibió transportar alimentos al Dombás. Nos quedamos sin nada, pero después Rusia los restableció. Ellos mandaban los camiones blancos con comida y materiales de construcción para ayudarnos a arreglar las casas». A pesar de que Elena hace hincapié en que la gente estaba agradecida con los rusos, confiesa que muchos se sentían abandonados por el gobierno: «Vivíamos en guerra continúa y la gente no entendía que Putin no hiciese nada. Por eso, ahora para muchos esta es la esperanza de que todo terminé». Durante los ocho años de guerra muchos ciudadanos de Donesk pidieron la nacionalidad rusa para poder trasladarse lejos de la zona de conflicto. «Pero no se la daban a todo el mundo como se dice. A mí me la denegaron porque me dijeron que al tener pasaporte español no estaba en la misma situación de vulnerabilidad, ya que podía volver a España. Pero me ayudaron para volver, me pusieron en contacto con la embajada de España en Moscú y me pagaron el viaje para mí y mi hijo». Así, finalmente en el 2020 Elena regresó a la ciudad herculina. «No trabajo y vivimos en un sitio pequeño y húmedo, pero en paz». Sobre sus hijos, el mayor, de 29 años, vive fuera del país, mientras que el pequeño, de 16, estudia en A Coruña: «Le costó mucho adaptarse porque no hablaba español, pero este año ya está mejor. Estoy muy agradecida con el colegio porque le han ayudado mucho. Él tiene secuelas por todo lo que vivió de niño en Ucrania. Los bombardeos eran continúos, yo recogí trozos de los cuerpos de amigos míos que murieron por las bombas. Fue muy duro».
Ahora, cuando Elena ve en la televisión las noticias de su país se angustia: «Veo que enseñan los ataques de Putin, pero yo hablo con mis amigos en Donesk, en donde está mi madre también, y allí los ucranianos bombardearon este viernes Gorlovka y Donetsk. Me acabo de enterar que una antigua amiga, profesora, murió estando en el colegio. No había clases, porque las suspendieron, pero los maestros fueron. Ojalá esto pase pronto y haya el menor número de víctimas posibles». Sobre su progenitora, ya mayor, señala que sufrió un derrame cerebral el miércoles: «Le afectó mucho la situación. Está en casa, porque no la pueden llevar al hospital». Por su madre y por todos sus amigos en Dombás, Elena espera que la actuación de Rusia se salde con la tan ansiada paz para todos. Porque ella reitera «desgraciadamente uno no puede huir de la política».
Natalia Chernyavska y María Sitnyk, desde Ribeira
De la desesperación de no lograr contactar con su familia daba cuenta hoy Natalia Chernyavska desde Ribeira. Conteniendo las lágrimas que pugnan por brotar de sus ojos y con la voz temblorosa, a punto de salir de casa para ir a trabajar, exclama: «Solo queremos la paz. Esta situación tiene que acabar». La inquietud la está minando porque, comenta, «no sabemos nada de nuestro hijo Andrés, ni tampoco he tenido contacto con mi hermana ni mi padre». Pese a la angustia, intenta mantener la entereza. Explica que los problemas con las comunicaciones y la falta de internet los mantienen en vilo a ella y a su marido, «estamos preocupados por nuestra familia y por nuestros amigos». Tampoco saben si su casa continúa en pie.
Son muchos los temores que la invaden. Entre ellos, que su hijo Andrés, de 31 años, pueda resultar herido, o reclutado para la guerra. Precisa que el último contacto lo mantuvo el lunes con su madrina, pero desde entonces no ha conseguido establecer comunicación. También le inquietan sus nietos, Maxi, de 13 años, y Sofía, cuyo padre es el mayor de sus hijos, Antonio, que reside en Rusia. Son un cúmulo de temores a los que debe hacer frente mientras atiende sus obligaciones laborales. Su padre, manifiesta, tiene 80 años y tampoco sabe cómo se encuentra.
Procedente de la región de Dombás, Natalia Chernyavska se estableció en Ribeira hace 16 años. El primero en venir fue su marido, que se animó a emprender el camino de la emigración porque ya tenía un hermano trabajando en la pesca en el municipio. Un año después lo hizo ella, dedicada al cuidado de personas mayores y al servicio doméstico. Explica que prácticamente desde que llegó trabaja para las mismas personas que, dice, «son como mi familia». Se siente muy a gusto en Ribeira: «La gente es muy cariñosa, muy dulce» y subraya el apoyo recibido por parte del personal del área de Servicios Sociais en el proceso de integración: «María José Carreira es nuestro apoyo».
El matrimonio viajó por última vez a Ucrania el pasado agosto, donde tuvieron ocasión de disfrutar de la compañía de sus seres queridos. Tenían pensado hacerlo también este año, pero Natalia Chernyavska reconoce que «ahora no sabemos. No podemos pensar». La mayor preocupación, saber cómo está su familia y que todo acabe cuanto antes.
También con preocupación vive estos días la ucraniana María Sitnyk, que decidió salir de su país hace ocho años en busca de una vida mejor hasta recalar en Ribeira, donde trabaja como cuidadora de personas mayores y limpia casas de particulares. La ucraniana recuerda que: «Mi marido desde allá y yo desde aquí arreglamos sus papeles y los de nuestro hijo hace dos años para poder vivir juntos aquí». Ahora, dice, salir del país es prácticamente imposible «porque los aeropuertos están cerrados y caen bombas sobre ellos, la gente tiene mucho miedo y no saben donde refugiarse».
Los padres de su marido, relata, están enfermos y es difícil poder desplazarse con ellos. Agradece tener Internet para poder comunicarse con la familia que dejaron en Ucrania, pero viven con inquietud la situación que está atravesando el país. «Nuestra familia vive en Ivano-Frankovsk y hace dos días cayó una bomba en el aeropuerto de la ciudad, lo que desató el pánico entre la gente que no sabía donde cobijarse para ponerse a salvo», cuenta preocupada Sitnyk, que habla con su hermana a diario. María expresa con angustia su temor ante la llegada de las tropas rusas a Kiev «donde todo está ardiendo y nuestros conocidos viven con miedo porque no imaginaban tener que enfrentarse a esto». «Mi hermana, mis sobrinos, mis tíos, mis suegros, toda mi familia está allá y esta guerra ya mató a gente inocente, no quiero hablar con ellos un día y tener que llorar la pérdida de alguno de ellos», manifiesta la ucraniana. Además, confirma mediante vídeos los ataques que están sufriendo en el país donde los ciudadanos viven con incertidumbre «porque las bombas caen en cualquier parte». Los ucranianos quieren escapar del terror que se generó en tan solo dos días «pero las gasolineras están colapsadas, los aeropuertos están cerrados y siendo bombardeados y el pánico está sembrado». A pesar de que su marido está en paro y es ella la única que trabaja, Sitnyk da gracias por estar hoy aquí y no en Ucrania, pero siente en sus entrañas el dolor y el caos que están viviendo su familiares y amigos allá.
Oksana Bobytchak, desde Lugo
A Oksana Bobytchak le caen las lágrimas al encender la televisión. Ella, que viajó de Ucrania a España en 2008 y decidió asentarse en Lugo, vive con angustia una guerra que siente como suya, después de que el presidente Vladimir Putin anunciase una ofensiva por tierra, mar y aire. «Mi suegra está allí, pero dice que no quiere abandonar su hogar porque es todo lo que conoce... pensamiento de gente mayor», explica.
Sin embargo y por fortuna, la madre de Oksana llegó a la ciudad amurallada hace dos meses, pero le quedan apenas 30 días de permiso de residencia: «El día 2 de marzo tenemos cita en extranjería. Es la primera vez que Raisa [su madre] sale de Ucrania, y aunque está muy arraigada a sus raíces, no pienso permitir que vuelva a un país en guerra», añade esta ucraniana, que tiene miedo de que deporten a su madre.
Las noticias de la guerra en Ucrania llegaron al hogar de Oksana el jueves de madrugada, poco después de que estallasen las primeras bombas. Explica que su madre la avisó cuando aún no había salido el sol: «Ella se levanta a deshoras. La escuché, estaba hablando por teléfono. Entonces oí la palabra guerra en ucraniano, y me di cuenta de lo que pasaba. Ella empezó a llorar, yo también. Nos sentamos en el salón y pusimos las noticias», dice la ucraniana con los ojos empañados por las lágrimas.
Nadie imagina jamás que su país pueda entrar en guerra. Las devastadoras imágenes que dejan los primeros días de la ofensiva lanzada por Putin encajan como balas en la vida de Oksana y Raisa: «Nunca lo habíamos imaginado», dicen al unísono. La familia paterna de la ucraniana que se asentó hace más de una década en Lugo todavía está en Leópolis, a la espera de cómo se sucedan los próximos acontecimientos.
Miedo, ansiedad y noches en vela
Olga, Valentyna y Halina charlan con Oksana apoyadas en la barra del bar. Los ojos empapados de lágrimas y dos televisiones en los extremos del local hablan del avance de las tropas rusas en Kiev. La devastación llega desde el otro lado del mundo a través de una pantalla, y rebota en el pecho de estas cuatro mujeres ucranianas asentadas en la ciudad de Lugo. «Estamos conmocionadas, no podemos asimilar lo que está ocurriendo», dice una de ellas.
Todas tienen en común algo más que su país de origen y es que viven pegadas al teléfono móvil y a las noticias. Sus padres, hermanos, primos y familiares viven en un país en el que se ha desatado la guerra. Pese a la información que reciben, sienten que no saben nada. Miedo, cansancio y esperanza son las palabras que usan para descubrir la situación que atraviesa su país. «Pedimos a todos los ucranianos que se unan porque estamos en un momento muy duro». Este es el mensaje que quieren transmitir.
«Ya han bombardeado aldeas enteras»
Halyna nació en Jersón, una ciudad atacada por las tropas del presidente ruso Vladímir Putin este viernes, y cuenta, acompañada de su hija Valentyna, que llegaron a Lugo hace 16 años. Estuvieron en su ciudad natal, Jersón, hace apenas dos: «Ya han bombardeado aldeas enteras». Olga, por su parte, lleva casi una década en la ciudad amurallada y proviene de la zona oeste del país, cerca de la frontera con Polonia: «Este jueves bombardearon toda mi provincia», explica. Sus hijos y toda su familia continúa allí y ella está sola en Lugo. La primera noche de esta guerra la pasaron en un refugio antiaéreo: «Era el cumpleaños de mi nieta de 7 años», dice entre lágrimas. En esta zona ya han fallecido decenas de niños.
Oksana llegó a Lugo en 2018 y vive con desolación la situación de su país natal. Pendiente de las noticias que llegan desde Ucrania, vive con dolor una guerra que siente como suya, con la impotencia de no poder hacer nada en la distancia.
Estas tres mujeres están en continua comunicación con sus familias: «En cuanto colgamos el teléfono sentimos que necesitamos volver a llamarlas», explican. Saben que están vivas, pero no se atreven a decir si saldrán indemnes de esta guerra. Las tres desprenden una sensación que mezcla impotencia y desazón. «Mi madre está sola en casa, menos mal que los vecinos están muy unidos y se ayudan mutuamente», dice Halyna llorando. Sin embargo, la cobertura telefónica falla y la población tiene que apagar las luces en cuanto se va el sol para evitar llamar la atención, por lo que la comunicación con las familias se complica día tras día.
Resistir en un país en guerra
Muchos de sus familiares se niegan a abandonar sus hogares y buscan resistir el mayor tiempo posible. Los que intentan salir se encuentran con grandes caravanas de coches, puesto que los accesos de salida de las ciudades están colapsados ante la huida masiva de personas. «Los rusos están usando la estrategia de ponerse el uniforme de nuestros soldados a las puertas de Kiev», explican. Y nadie sabe qué ocurre con los que caen en la trampa.
Olga, cuyos hijos son jóvenes, explica que podrían ser reclutados para luchar en la guerra: «La juventud ucraniana se está uniendo, cogiendo fuerza. No quieren abandonar su país», narra.
Sobre el conflicto desatado, las ucranianas cuentan que tienen amigos en Rusia que no quieren saber nada de su presidente. Para ellas, lo peor es «la situación de la OTAN y de la Unión Europea». Sienten que no están apoyando a Ucrania y que parece que Europa tiene pánico a un enfrentamiento directo con Putin.
Olga, Valentyna y Halyna se enteraron del estallido de la guerra poco antes de las primeras luces de este jueves. Entonces, llegó la desolación: «Mi marido me dijo que estaban bombardeando Ucrania», cuenta Halyna. Las tres llevan semanas con el corazón a 4.000 kilómetros de distancia, pendientes de las noticias que llegaban de su país. «Sabíamos que no nos iban a dejar en paz, pero tuvimos esperanza hasta el último momento», defienden. Asimismo, hablan de la manipulación que cierne Putin sobre los medios de comunicación rusos: «Encendemos las noticias que ven en Moscú, y en ellas dicen tajantemente que Ucrania atacó primero», cuentan con desolación.
Bohdana Voroshchuk, casada con un compostelano, desde Australia
Bohdana Voroshchuk nació en Ucrania en 1991. Cuando ella tenía seis años, sus padres y gran parte de su familia emigraron a Grecia, donde ella se les uniría tras haber permanecido cuatro años en su ciudad natal de Chernivsti con sus abuelos. Ella ahora reside en Sidney (Australia), al igual que su marido, el santiagués Xavier Fraiz, que empezó a trabajar allí a finales del 2016. La guerra desatada por Rusia la ha sorprendido en las antípodas, desde donde intensifica estos días un vínculo con su familia directa que mantiene siempre: con sus tíos Andriy y Oxana, y con sus primos Mila de 13 años y Oleg, de 6. Viven al suroeste del país, en una aldea a cinco kilómetros de Chernivtsi, cerca de las fronteras con Moldavia y Rumanía. A través de Viber supo que los ataques no habían llegado allí, pero sí a la ciudad de Ivano-Frankivsk, a 136 kilómetros, cuyo aeropuerto fue atacado por los rusos en la primera jornada de guerra.
Comenta Bohdana que por el momento sus familiares no se plantean dejar el país. Él, con 42 años, no podría cruzar la frontera, indica: «La consigna del gobierno es que todo varón de 18 a 60 años puede ser llamado a filas, tiene que estar listo para un posible incorporación al ejército». Le relatan que la situación es de extremo nerviosismo, con larguísimas colas en supermercados y cajeros: ellos no consiguieron el jueves retirar dinero. La noche pasada durmieron en el sótano de la casa, buscando una mayor protección en caso de bombas. «Las tiendas están abiertas, y no están recluidos en su casa, aunque nos comentan que la instrucción del gobierno es que la gente se quede en el domicilio», apunta Xabier. Añade que en la zona donde ellos residen la gente cultiva sus parcelas, y es típico guardar en casa conservas de comida caseras: «En esas áreas rurales es habitual tener provisiones, pero la población está haciendo grandes compras y empieza a notarse desabastecimiento», añade. Esta mañana les han dicho que población de la ciudad está organizándose, con patrullas civiles que recorren las calles.
Bohdana y Fraiz viven la situación con muchísimo nerviosismo por el futuro de su familia e incertidumbre: «Nos sorprendió muchísimo este ataque masivo. Imaginábamos que Putin iba a atacar las zonas del Este, del Dombás, para anexionarlas, pero en ningún momento pensábamos en una invasión de todo el país. Puede pasar cualquier cosa; la incertidumbre es máxima, porque además es un país con armamento nuclear, y el discurso de Putin es muy preocupante». Señalan que no se creen lo que está pasando, pero el contacto permanente con su familia en Ucrania les devuelve a una pesadilla que se ha vuelto realidad. Mañana sábado participarán en una manifestación a favor de la paz y de Ucrania.