La A-57, la nueva autovía de Pontevedra que dura menos que una canción, salió a 12,5 millones por kilómetro y acaba en zafarrancho

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

La autovía, sorprendentemente, termina en Pontevedra con una isla de tierra en medio donde hay numeroso material de obra pese a que la vía ya se ha estrenado.
La autovía, sorprendentemente, termina en Pontevedra con una isla de tierra en medio donde hay numeroso material de obra pese a que la vía ya se ha estrenado. Ramón Leiro

La vía, que le cambió la vida a algunas familias cuyas casas fueron derribadas o quedan ahora al pie del asfalto, obliga a continuos cambios de velocidad pese a su cortísimo trayecto y discurre entre enormes taludes

03 ene 2025 . Actualizado a las 23:59 h.

Más que un carretera, la A-57, el recién estrenado primer tramo de autovía al que le colocaron el cartel de «circunvalación de Pontevedra» aunque en realidad no circunvala mucho —el diccionario dice que circunvalar es rodear una ciudad y esta carretera lo que hace es ir de Vilaboa al polígono de O Campiño, ambas cosas a una distancia considerable de la urbe— es un gran interrogante. Resulta imposible que uno no deje de hacerse preguntas a lo largo de todo el trayecto. Ni que tampoco deje de sorprenderse. No llega ni a los ocho kilómetros de asfalto nuevo y se tarda menos de lo que dura una canción en recorrerla pero, como en el mítico tema de Víctor Jara, la vida se hace eterna en esos cinco minutos de viaje.

En Vilaboa, a la A-57 se entra desde una rotonda; desde el nudo de la AP-9. Hay que acceder con prudencia, tal y como indican las limitaciones de velocidad, de 40. Precisamente, lo primero que llama la atención y la pregunta inicial que uno se hace es cómo puede haber tantos cambios de velocidad máxima permitida en tan poco trayecto. Dependiendo del kilómetro, no se puede circular a más de 40, 50, 70, 80 o 120. Será por señales de velocidad diferentes...

Tras entrar y comenzar a transitar, llama la atención cómo se cortó el monte de A Fracha para poder construir esta infraestructura, cuyo coste final superó con creces las previsiones iniciales: 94 millones acabaron costando sus siete kilómetros y pico, a 12,5 millones por kilómetro. Mirando hacia un lado y a otro se entienden las cifras gigantescas dadas por el Gobierno; no hace falta que juren que hay taludes que alcanzan los 60 metros, que se percibe bien sobre el terreno.

El trayecto avanza hacia Pontevedra. El viaje se hace en un día laborable —aunque navideño— y más o menos uno se cruza con un coche cada minuto. En total, con dos camiones a lo largo del trazado. Este último dato es relevante porque se supone que los vehículos pesados serán un tráfico capital para evitar que vayan hasta el nudo de O Pino y, por tanto, que se acerquen a la ciudad de Pontevedra en su viaje desde Vigo o cualquier otro punto del sur provincial hasta los polígonos industriales de A Reigosa u O Campiño. Así que la siguiente pregunta cae de cajón: ¿no habrá más tráfico que este por la nueva carretera? Es probable que aún influya que no se conoce el vial o que hay empresas paradas por ser período navideño. O también que sin los siguientes tramos construidos la A-57 esté todavía en pañales. Habrá que ir viendo, sin duda.

Pasan los kilómetros, esos menos de ocho mil metros, y el viaje sirve también para entender el drama emocional que supuso el trazado para algunos vecinos de Pintos, en Marcón. Está la finca en la que se tiró una casa u otra vivienda cuyo balcón prácticamente reposa ahora sobre la carretera. «Nos cambió la vida. Antes delante de casa teníamos nuestra finca con gallinas y ovejas y ahora tenemos una pantalla y la autovía... Preferíamos que nos la hubiesen tirado, que nos expropiasen y largarnos de aquí», dice una mujer que nació en esa vivienda y que cuenta con amargura que invirtió todos sus ahorros en reformarla y, cuando la tenía lista y con la cédula de habitabilidad en la mano, se enteró de que la autovía los iba a dejar con el porche colgando casi en el asfalto. La mujer mira a la vía y dice: «Nos partieron la aldea». Está viviendo lo que los afectados por el segundo tramo, ese que a estas alturas ya nadie sabe por dónde va a ir —el informe de impacto ambiental está listo, pero ahora todos los partidos lo rechazan y el delegado del Gobierno dice que quizás haya una solución distinta al trazado planteado— dicen que les pasará si se continúa con la obra de la A-57.

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Ya no queda casi nada de viaje. La llegada a la rotonda en la que se puede ir hacia los polígonos o el hospital de Montecelo —los que se supone que son los destinos más habituales de quienes cojan la A-57— es casi inminente. Pero queda la traca final. La carretera del trinque termina con una especie de isla de tierra en medio en la que, al menos hasta el lunes 30 de diciembre, había regados tubos y demás material de obra. ¿De qué va ese zafarrancho? Quién sabe. Igual lo dejan hasta que se sepa qué pasa con el segundo tramo. O igual es que nueve años de ejecución no fueron bastantes para dejar todo limpio. Y así acaba el viaje.