«Cuanto peor, mejor para todos»: las frases trabalenguas de Mariano Rajoy son de libro en Pontevedra

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

El dueño y la trabajadora de Cincelaser, de Pontevedra, mostrando algunos de los diseños que venden en la zona monumental.
El dueño y la trabajadora de Cincelaser, de Pontevedra, mostrando algunos de los diseños que venden en la zona monumental. Ramón Leiro

Alberto, alma máter de Cincelaser, le pone retranca y arte y convierte los gazapos de los políticos en marcapáginas. El expresidente del Gobierno da para mucho, pero también hay de Feijoo o Pedro Sánchez

24 ene 2025 . Actualizado a las 13:23 h.

Que levante la mano el que no haya esbozado una sonrisa, aunque fuese de medio lado, con alguno de los trabalenguas dialécticos que ofreció Mariano Rajoy a lo largo de su dilatada trayectoria política. Bien sea el «cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político» que pronunció en aquella sesión mítica de la moción de censura en el parlamento. O también aquel otro lapsus o lo que fuese que le pasó en la campaña del PP cuando dijo aquello de «los españoles son muy españoles y mucho españoles». En Pontevedra, en la propia tierra del expresidente, hay quien le ha comenzado a sacar punta a todos esos gazapos; a los del expresidente, a los de Núñez Feijoo o al apodo de Pedro Sánchez, el Perro sanxe de marras. ¿De quién se trata? De Alberto Fernández Moldes, un pontevedrés que allá por los años noventa se quedó prendado de una máquina de grabado de láser y ha convertido esto en una mina de ideas. Las frases de Rajoy son en sus manos literatura para decorar los marcapáginas de madera que vende en su tienda, llamada Cincelaser.

Todo empezó, efectivamente, allá por los años noventa. Alberto, que desde la juventud había trabajado en el sector de las artes gráficas, se quedó maravillado con todo lo que podía hacer una máquina de grabado de láser que vio en una feria de muestras en Madrid. Le gustó tanto que empezó a pensar que él tenía que trabajar en algo relacionado con ese mundo. Primero fue asalariado, grababa placas de trofeos deportivos o cualquier otro tipo de recuerdo. En el 2004, se reinventó y se lanzó como autónomo.

Eligió primero la calle Isabel II de Pontevedra, en plena zona monumental, para abrir una tienda bautizada como Cincelaser en la que empezó a dar rienda suelta a su imaginación. Al principio hacía marcapáginas de madera —de arce, haya, cerezo, nogal y sapeli— con el nombre de la persona para la que iba destinado y algún que otro detalle. O también diseños geométricos únicos, porque ninguno se repite. Pero poco a poco se fue desmelenando, incluyendo los gazapos de los políticos y frases de lo que él llama «sabiduría popular». Va mucho con la actualidad, así que ahora mismo tiene uno que pone «Mocatriz, modelo, cantante y actriz», por la canción de Ojete Calor. U otro de Friker Jiménez, con alusión a la polémica de Iker Jiménez con la dana. Con todo, dice que los más polémicos no los pone en el escaparate, que prefiere curarse en salud.

Además de marcapáginas, Alberto, que se mudó luego a la calle Manuel Quiroga, lleva años sacando al mercado productos con el hilo conductor de la retranca gallega que permiten hacer un regalo por diez euros o algo menos. Tiene copas con frases con ironía fina como su cristal; huchitas o cajas de madera personalizadas, natalicios o imanes con formas de barcos, xoubas o con una palabra que muchos madrileños entenderán a la perfección: «Xanxenso». 

«Tiene magia»

Pero a Alberto lo que más le gusta no es bucear en su propia ironía. Lo que le apasiona es que llegue un cliente con una frase y le pida un marcapáginas. Él lo graba todo. «Es que es una maravilla cuando te piden algo, se lo haces y les ves la cara iluminada, se nota que es algo pensado para una persona en concreto. Tiene magia», dice. Así que anima a pedir por esa boca porque «la máquina puede hacer de todo, pero lo importante es la idea».

Alberto reconoce que hacerse autónomo a veces es duro, pero agradece ser su propio jefe. Estuvo mucho tiempo sin vacaciones, hasta que decidió que al menos quince días al año había que echar el cierre. Ahora también pudo contratar a una persona a media jornada para poder tomarse las cosas con un poco más de calma. Dice que la Navidad y junio son los meses clave, uno por los regalos y el otro por los detalles que se dan al despedir a los profesores. Y ahí sí que no hay ironía; solo amor. Aunque ojo con lo que pueda grabar Alberto, que ya se sabe que en el amor y en la guerra... todo vale.