«Están llegando venezolanos a Galicia con solo 50 euros en el bolsillo y Trump hará que vengan muchos más»

PONTEVEDRA

Manuel y Mónica, desde Pontevedra, son la voz amiga de quienes vienen de toda Iberoamérica: «Nos llaman a cada minuto, tenemos dos mil mensajes sin contestar»
25 feb 2025 . Actualizado a las 20:20 h.La sede de Asovedra, una asociación que empezó hace cinco años ayudando a venezolanos que llegaban a Pontevedra y que por exigencias «de la cruda realidad» ahora da asesoramiento a tres mil personas que emigraron desde cualquier país de Iberoamérica a Galicia, está en el piso más alto de la Casa Azul de Pontevedra. Y no está decorada con cuadros de paisajes ni con fotos escogidas al azar. En las paredes cuelgan instantáneas muy duras que los gallegos no deberíamos olvidar; imágenes de nuestros antepasados llorando mientras se subían a los barcos de la emigración hacia América dejando a padres e hijos atrás. Están ahí para recordar que la historia se repite; que si antes iban gallegos a Sudamérica ahora son los latinos los que vienen aquí. Y aterrizan cada vez en peores condiciones: «Los venezolanos antes venían con ahorros y con el viaje planificado. Ahora están llegando con 50 euros en el bolsillo y a veces debiendo el pasaje», dicen con pena en Asovedra.
Manuel Osorio y Mónica Brenna son las dos cabezas visibles de Asovedra y también una suerte de ángeles para quienes llegan desde Iberoamérica buscando un futuro mejor en Galicia o, simplemente, no vivir «para los malandros, sufriendo secuestros y penurias» al otro lado del charco. Ellos, pese a que son simples voluntarios, han construido un imperio de ayuda: tienen un canal de asesoramiento telefónico, reciben correos y varios días por semana abren la oficina de Pontevedra, por la que en cada jornada pasan unas treinta personas. Ayudan con los trámites de la regularización de papeles, con la orientación laboral, la búsqueda de vivienda... y lo que ven cada vez les da más miedo: «La gente está viniendo a la desesperada, sin planificar absolutamente nada porque la situación en Venezuela es cada vez peor», dice Manuel, que indica que actualmente tienen unos dos mil correos electrónicos sin abrir porque «la cantidad de gente que quiere venirse y pide información cada vez es mayor».
«Trump traerá a más»
Mónica Brenna asiente con la cabeza y dice que, además, el futuro pinta peor desde que Donald Trump fue elegido como presidente de Estados Unidos: «En pocos días acumulamos decenas de mensajes de venezolanos que están allí y que acabarán viniendo a España. El señor Trump va a hacer que miles de ellos vengan aquí porque les está revocando las tarjetas de permiso temporal que tienen para residir allí».
¿Por qué Manuel, Mónica y también su marido Freddy dedican horas y más horas a ayudar a los inmigrantes? Porque los tres vivieron en sus carnes lo que significa dejar atrás un país y creen que fueron afortunados porque ellos, que llegaron hace décadas a Galicia, lo tuvieron más fácil. Así que quieren tender la mano a quienes ahora llegan en situaciones mucho más extremas.
Manuel es hijo de gallegos que emigraron a Venezuela y siempre había querido volver a la tierra de sus antepasados. Lo hizo hace 25 años después de haber montado negocios en Sudamérica de materiales de calzado y ferretería. Se vino primero a Suiza, a trabajar al sector del yeso. Y después recaló en Galicia, donde hizo callo como comercial en el mundo de la informática. Sigue trabajando y combinando sus turnos con el voluntariado. Y tiene clara su meta: «Los que llegan ahora en situaciones desesperadas, con hijos pequeños y sin ningún tipo de red de protección, no creo que sean muy distintos de mi abuelo yéndose a Venezuela sin idea de cómo hacer las cosas. Esto es así».
«Vinimos en pleno éxito»
Mónica y Freddy indican que ellos lo ven de la misma manera, que sí o sí hay que intentar amortiguar el golpe en todos los sentidos que sufren los que llegan de Venezuela o de cualquier otro punto. Ellos se vinieron hace 23 años y Mónica dice que lo hicieron en pleno éxito profesional: «Yo era dentista en Venezuela y mi marido gestionaba una farmacia, estábamos totalmente tranquilos en cuanto al trabajo, pero la inseguridad era impresionante ya entonces. A Freddy lo secuestraron dos veces y dijimos que a la tercera no esperábamos». Se vinieron porque tenían papeles como comunitarios, se afincaron en Pontevedra y Mónica, con mucho esfuerzo, consiguió algo de lo que se siente bien orgullosa: «Logré convalidar el título, cursando de nuevo algunas asignaturas, y soy dentista en el Sergas», dice. Al igual que Manuel, ella también combina el trabajo con ser voluntaria.
Freddy, marido de Mónica, no llegó a convalidar sus estudios universitarios en Galicia. En Venezuela, como se dijo, gestionaba una farmacia. Al llegar aquí, por el INEM, se formó en el sector de la jardinería. Y luego acabó yéndose a trabajar a África, a Guinea Ecuatorial, de donde se vino a raíz de un golpe de Estado en el país. Acabó montando aquí una franquicia de logística.
Manuel, Mónica y Freddy hablan de la importancia de Asovedra como canal de orientación a quienes llegan de otro país «sin saber por dónde empezar» y una imagen constata lo que ellos dicen: a media mañana tienen a media docena de personas esperando en la Casa Azul para que les ayuden. «Esto es así siempre», remachan ambos. Creen que esta labor de voluntariado que realizan se va a hacer cada vez más necesaria. Piensan en Venezuela, en Estados Unidos y concluyen con una sola voz: «Vendrán muchos más y tenemos que estar preparados».