Carmen ya no se calla y escribe para curar sus heridas: «Viví cosas tremendas desde niña, tuve que huir a Venezuela y luego volver a España para que no me matase un novio»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Carmen Ogando, en la playa de Aguete, un arenal en el que ha encontrado paz y al que le dedica su primer libro.
Carmen Ogando, en la playa de Aguete, un arenal en el que ha encontrado paz y al que le dedica su primer libro. ADRIÁN BAÚLDE

Esta mujer de Cotobade, que fue azafata de vuelo y que estuvo en las cárceles venezolanas más peligrosas llevando «la palabra de Dios», encontró en la playa de Aguete de Marín su refugio de paz y le ha escrito un libro, que este jueves presenta en el Museo de Pontevedra

21 mar 2025 . Actualizado a las 15:55 h.

Carmen Ogando, nacida en Cotobade, vecina de Pontevedra y de 72 años de edad, ya no se calla. Habla y escribe para curarse. Y para intentar que historias como la suya no caigan en el olvido «porque quizás puedan ayudar a que no se repiten, que otras mujeres no pasen por lo mismo». Habla así Carmen desde la playa de Aguete, en Marín, un sitio en el que ha encontrado tanta paz después de tantos sinsabores de la vida que se ha visto obligada a dedicarle su primer libro, que lleva un título bien elocuente: Mi Aguete. En esta publicación viaja de forma fascinante, con letras y fotografías, por la historia de la playa y los rincones con más magia. También mira al horizonte desde el arenal y elige el peñón en medio del mar en el que anidan las aves para que allí, algún día, cuando la vida se termine, desde ese punto echen a volar sus cenizas. Carmen, pura pasión, intentará poner voz a lo que supone para ella la playa de Aguete y a todo lo que vivió desde que nació en una aldea de Cotobade en 1953, en la presentación de su criatura literaria, que tendrá lugar este jueves, a las 19.30 horas, en el Museo de Pontevedra.   

Esta mujer, escritora desde hace tiempo pero que por primera vez se atrevió a publicar sus textos, fue niña en Corredoira, en Cotobade. Y no tiene un recuerdo precisamente amable de aquella etapa. Cuenta que con seis años sufrió abuso sexual por parte de una persona de su entorno y que además muy joven se quedó embarazada sin estar casada, algo bien penalizado socialmente en aquella época. Esa fue una de las causas por las que se marchó prácticamente huyendo a Venezuela, ayudada por un tío que ya estaba allí y partiéndosele el corazón por dejar atrás, al cuidado de la abuela, a su niño.

En Venezuela pudo formarse y lo hizo para trabajar como azafata de vuelo. Estuvo un tiempo empleada en Aero Venezuela y tiene un grato recuerdo. Luego, trabajó también en un bazar, donde al parecer se convirtió en una buena vendedora. Pero lo que más destaca de esos años no es su vertiente profesional, sino lo que hacía paralelamente y, según ella, «sintiendo la llamada de Dios». Dice que siempre le tiró ayudar a los demás. Y que fue eso lo que la llevó a acabar acudiendo a las cárceles más peligrosas de Venezuela en aquel momento, como Ramo Verde o Retén de Catia. Allí, «llevaba la palabra de Dios a los internos», les daba clases e intentaba hacer con ellos ejercicios de perdón y reflexión. Cuenta que estuvo en cárceles donde se producían violaciones de los derechos humanos atroces y que levantó la voz para intentar parar alguno de ellos: «Recuerdo a un hombre al que le habían golpeado por todos lados, estaba muy mal y lo iban a llevar a la zona de castigo. Me puse a gritar hasta que lo atendieron en la enfermería», indica. 

Volvió a España tan agitadamente como se había marchado. Lo hizo porque tuvo una pareja en Venezuela que la maltrataba. Recuerda agresiones físicas importantes y, sobre todo, el miedo que tenía a que la matase. «Por ese temor volví a España», señala emocionándose. Aquí no dejó de dedicarse también a hacer labores sociales, siempre muy ligadas a sus fuertes creencias religiosas. Dialogó con internos de la extinta cárcel de A Parda y luego con reclusos de A Lama y montó también una oenegé llamada Puerta de Esperanza para ayudar a personas sin recursos, especialmente niños, de países como México, Colombia, República Dominicana o Cuba, a los que ella viajó. 

Su vida profesional en España también fue intensa y muy diversa. Trabajó cuidando mayores pero también en el departamento de ventas de la editorial Anaya o en Sica, vendiendo baterías de cocina. Fue haciéndose mayor con penas y alegrías y da gracias a la vida por haber podido recuperar la relación con su hijo después de la distancia física y emocional que supuso su marcha a Venezuela. Es ahora una abuela feliz de un nieto al que define como el ser más divino de su vida. Y, hace poco tiempo, en esta etapa de mayor quietud emocional y ya jubilada, un día se dio cuenta de que la playa de Aguete, a la que empezó a ir para caminar y curarse de una lesión física, lo que en realidad le ayudaba era a su bienestar emocional. Se enamoró del arenal y empezó a investigar y a hablar con algunas de las personas que mejor lo conocen. De ahí nació Mi Aguete, un libro escrito con el corazón que este jueves se presenta en la ciudad y que el día 27 también será protagonista de un acto en Ponte Caldelas en el que se descubre la fascinante historia de la formación de esta playa, viajando hasta tiempos de los corsarios. Carmen anima a acompañarla en estas presentaciones. Y lo hace de la única forma que sabe hacer ella las cosas, con sonrisa, pasión y corazón, declamando así mientras pasea por su querida playa: «¡Ay mi Aguete, mi Aguete... qué bendito lugar de paz!» .