Merce, con 92 años, silla de ruedas y oxígeno no pudo dormir en casa: «El apagón la cogió paseando y subirla a un cuarto era imposible»

PONTEVEDRA

Las familias de personas dependientes vivieron una odisea: «¿Cómo le explico a Marta que no hay luz? Ella sin rutina se vuelve loca», dice Carlos, un pontevedrés cuya hija tiene parálisis cerebral
29 abr 2025 . Actualizado a las 16:14 h.Ser una persona dependiente es difícil todos los días del año. Y cuidar a alguien que lo sea también. Pero lo de este lunes fue otra cosa: en Pontevedra resultó una odisea y un reto, sobre todo para muchas personas con movilidad reducida a las que el apagón generalizado cogió en la calle y, como viven en pisos altos, tenían problema para poder acceder a sus viviendas. En otros casos, la preocupación era lo que podía pasar si se acababa la reserva que tenían de oxígeno. O, en las residencias de mayores, el miedo a que el grupo electrógeno terminase por fallar y no se pudiera atender debidamente a los usuarios. Cierto es que, como suele ocurrir, en los días más duros aparecen también los grandes gestos solidarios. A continuación, tres historias que reflejan lo vivido en las horas críticas en sitios donde viven personas vulnerables.
Merce no llegó a su casa
A las diez de la mañana del martes, dos mujeres de mediana edad bajan de un coche en la calle Benito Corbal pontevedresa a Merce, que tiene 92 años y regresa de la aventura que le tocó vivir a cuenta del apagón. Ella, que usa silla de ruedas, estaba paseando con una cuidadora cuando la red eléctrica se paralizó. Al ver que pasaba el tiempo y no volvía la luz, se les planteó el interrogante de cómo iba volver Merce a su domicilio sin poder coger el ascensor: «Vive en un cuarto y subirla hasta ahí era tremendo», indica la cuidadora. Así que empezaron a buscar una alternativa. Una sobrina decidió que llevaría a Merce a su casa, de planta baja y ubicada en las afueras de Pontevedra. El desplazamiento no fue fácil, pero mereció la pena: «Mal como pudimos la metimos en el coche y cargamos también la silla de ruedas y la botella de oxígeno, porque ella tiene EPOC y algunas horas al día necesita el oxígeno. Nos fuimos para mi casa y allí estuvo bien porque tengo cocina de butano y pudimos hacer de comer», contaba su sobrina. Merce, a su lado, contaba que lleva dos años viuda, desde que se marchó su queridísimo Roberto, y afirmaba: «La verdad es que fueron muchas horas sin luz pero me cuidaron muy bien». Este martes regresaba a casa con la esperanza de poder seguir con sus rutinas habituales. La sobrina descargaba la botella de oxígeno del coche e indicaba: «Si vuelve a pasar, me la llevo otra vez y punto».
Las imprescindibles rutinas de Marta
Carlos, de 80 años, e Isabel, de 73, de Pontevedra, son los padres y cuidadores de Marta, una mujer de 39 años con parálisis cerebral que utiliza silla de ruedas y que depende totalmente de ellos. Marta estaba en Amencer, el centro al que acude y del que es presidente su padre, cuando se produjo el apagón. Al ver que la falta de luz se prolongaba, Carlos reconoce que empezaron a preocuparse sobre todo y ante todo por una cuestión: «¿Cómo le explicamos nosotros a Marta que no hay luz? Ella sin rutinas se vuelve loca», indica. Así que, tratando de seguir las reglas que habitualmente les dan en Amencer, prepararon la logística para que cuando llegase del centro no variase mucho día de una jornada totalmente normal. «Vivimos en un primer piso y habitualmente cuando llega, a las cinco de la tarde, sube a casa, la cambiamos y luego salimos a pasear con ella y a que meriende fuera. Este lunes hicimos lo mismo pero no llegó a subir a casa a cambiarse, ya la esperamos en el portal. Luego estuvimos en la calle porque sabíamos que si íbamos a casa ella iba a extrañarse y no queríamos que lo pasase mal». A última hora, al ver que la luz no venía y se hacía de noche, una persona cercana les ayudó: «Vino un hombre que es un auténtico cachas y subió a Marta en brazos a casa, porque yo no tengo fuerzas para hacerlo. Pensamos en coger una habitación de hotel o irnos a una casita que tenemos en la playa, pero en ambos casos hacía falta ascensor para subir a Marta, así que al final nos fuimos a nuestro piso», cuenta Carlos. Allí vivieron un momento bien solidario: «Unos adolescentes que entraban en ese momento en el edificio se encargaron de subir la silla de Marta», cuenta su padre. Una vez en el domicilio, trataron de hacer toda la rutina habitual para evitar que Marta se alterase. Este martes, como estaba suspendida la actividad en su centro, se fueron con ella de paseo para que estuviese entretenida. Por suerte, acompañaba el sol para poder disfrutar de la calle.
La «resistencia» en la residencia
«Hemos resistido, que no es poco». El que habla así es Juanjo López, director de la residencia de mayores pública de Pontevedra. Cuenta que el centro tiró de un grupo electrógeno comprado hace unas cuatro décadas que en todo su tiempo de vida apenas de había usado unas horas: «Se utilizó más este lunes que nunca antes», dice. Tenían miedo de que el aparato fallase, pero tiró hasta que de madrugada regresó la luz. En la residencia, donde trabajadores que no estaban de turno se presentaron en las instalaciones y se ofrecieron para trabajar igualmente, se tomaron algunas decisiones para economizar energía: «Decidimos que era mejor mover cosas que mover a personas en los ascensores, así que llevamos comidas a las habitaciones e intentamos que la gente no se moviese demasiado de un lado para otro». Al director de la residencia, lo que más le sorprendió fue la tremenda tranquilidad con la que se tomaron el apagón los mayores: «Nosotros andábamos histéricos y ellos como si nada, nos daban calma», dice. A su lado, Lola, Delia y Claudemira, tres de las residentes, asisten con la cabeza. Y Claudemira, una mujer pizpireta de Cerdedo, espeta: «No había televisión, bueno, pues no pasa nada, dormimos y ya está. Fue un ratito sin luz y punto».