Eva Lantarón: «El conflicto del embalse del Umia me trae muchos recuerdos por el pueblo de mi padre»

PONTEVEDRA

Hace tres años le dijo que sí al rector de la UVigo y salió de su zona de confort para convertirse en vicerrectora del campus de Pontevedra
28 jul 2025 . Actualizado a las 18:44 h.Eva María Lantarón Caeiro (Caldas de Reis, 1975) cumple tres años como vicerrectora del campus de Pontevedra. Un puesto, dice ella misma, que le hizo salir de su zona de confort. Asumir el encargo del rector de la Universidade de Vigo, Manuel Reigosa, le ha dado «una visión más amplia». Subraya esta docente, que fue decana de la Facultade de Fisioterapia y presidenta de la Conferencia Nacional de Decanos de Fisioterapia de España, que su prioridad es el desarrollo del campus de la ciudad, sin perder de vista el conjunto de la universidad.
La etapa que inició en el 2022 ha supuesto un cambio importante para Eva. «Es una posición más política, con mayor visibilidad y capacidad de negociación con las instituciones. Lo que sin duda ha sido un reto, pero también una gran oportunidad para seguir aprendiendo y creciendo profesionalmente», comenta. En un plano más personal, cuenta que siempre tuvo claro que quería dedicarse a la enseñanza o a la enfermería. Fue determinante para decantarse por una carrera de ciencias de la salud un accidente que sufrió su padre en la central térmica de As Pontes de García Rodríguez cuando ella tenía 15 años. Desvela que años más tarde, cuando tuvo que hacer la preinscripción, poner Fisioterapia como primera opción fue una decisión «de último minuto, ya que en ese momento estaba indecisa entre estudiar Fisioterapia o Enfermería».
Mucho antes de eso, Eva nació en Caldas porque su madre, que es de O Pazo (Santa María), se trasladó a la localidad en el último tramo del embarazo para estar con su abuela. Relata que no tuvo una infancia al uso, ya que por el trabajo de su padre, que era calorifugador, la familia residió en distintas localidades de España. Vinebre (Tarragona), Inca (Palma de Mallorca) o San Andrés de Montejos (Ponferrada) fueron algunas de ellas antes de asentarse en Reinosa (Cantabria), a los 9 años. «Mis padres decidieron establecernos en Cantabria, ya que teníamos un piso y les parecía un lugar más centrado geográficamente para que mi padre pudiera desplazarse y venir a casa los fines de semana». Su progenitor era jefe de equipo y se encargaba de poner aislamientos térmicos. Por eso donde más trabajaba era en centrales térmicas y nucleares. En Pontevedra también estuvo en la antigua Tafisa y en Caldas, en Foresa. Fue la etapa en la que conoció a la que sería su mujer y madre de Eva.
Hasta los 18 años Eva no vivió en Caldas. Pero de niña sí veraneaba en la villa termal, donde disfrutaba cada agosto con las fiestas patronales de San Roque. Espacios como la carballeira, el parque jardín, la playa fluvial o la cascada de Segade forman parte de unos recuerdos «tan entrañables». De ahí que sea inevitable hablar del conflicto que se vivió a mediados de los años 90 del siglo XX por la construcción del embalse del Umia. Aunque por sus estudios universitarios y el inicio de su carrera laboral vivió en Pontevedra desde 1996 y hasta el 2003, el recuerdo que tiene de esa lucha social es de mucha tristeza.
«Este conflicto me trae muchos recuerdos, en parte porque mi padre es cántabro, originario de un pueblo llamado Medianedo, que quedó anegado a mediados del siglo XX cuando se construyó el pantano del Ebro en Reinosa. Desde muy pequeña, he escuchado sus historias sobre aquel proceso, y siempre reflejaba una profunda tristeza». En el caso del Umia, ella lo vivió también con tristeza, si bien reconoce que con cierta distancia. Algo que no le pasó a sus amigos, que sí fueron más partícipes que ella del movimiento contra la presa de A Baxe, que desencadenó numerosas movilizaciones en Caldas, Cuntis y Moraña, los tres municipios afectados.
Aunque su trayectoria profesional está muy ligada a la Universidade de Vigo, también tiene experiencia en el ámbito asistencial. Su primer trabajo fue en la mutua de accidentes Asepeyo, en Pontevedra. Fue con un contrato indefinido, una vez terminados los estudios. En esa época disfrutó mucho y al año siguiente surgió una plaza de profesora ayudante en la entonces Escuela de Fisioterapia y decidió presentarse. La consiguió y dio clase cinco años como profesora ayudante. La investigación y estancias en hospitales universitarios fueron importantes para ampliar su formación.
Casada y con dos hijas de 18 y 15 años, pudo conciliar gracias a su red de apoyo, formada por su pareja y sus abuelas. «Siento que las mujeres todavía nos enfrentamos a dificultades en esta materia; muchas veces nos sentimos culpables cuando decidimos priorizar el trabajo o nuestras propias necesidades. Además, todavía existen comentarios y presiones sociales que nos colocan en el papel de cuidadoras principales», recalca.
La música juega un papel importante en su vida. Toca el saxofón y disfruta con sus amigos después del ensayo de los viernes. Pasear con su perro e ir de furanchos son otras de sus aficiones. «Otra de mis pasiones es tumbarme en una hamaca a ver las estrellas o la luna. Y, claro, hay veces que simplemente me apetece no hacer nada y desconectar. ¡Eso también recarga las pilas!». Procura hacer ejercicio y llevar una alimentación sana, aunque le pierde el chocolate.
Se despide con una reflexión y un deseo: que la presencia de los fisioterapeutas en la sanidad pública debe aumentar para reducir las enfermedades crónicas; y que es optimista sobre el futuro de la residencia universitaria.