A Yolanda se le murió un hijo en la cárcel de A Lama: «No sabemos qué pasó, no le trataron como a un ser humano y a mí tampoco»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

A LAMA

Martina Miser

La familia de Dennis, que tenía 35 años, no sabe las causas del óbito y consiguió en el juzgado un informe inicial de la autopsia difícil de entender donde se habla de un homicidio, aunque también de una muerte «indeterminada a estudio»

16 abr 2025 . Actualizado a las 19:41 h.

Eran sobre las 11 de la mañana del 28 de enero. Yolanda Duarte se preparaba en su casa del municipio pontevedrés de Meaño para ir a trabajar a una fábrica conservas de Cambados. Era un día normal. Pero una llamada de teléfono lo cambió todo antes de que saliese por la puerta. «Me llamaron y me preguntaron si era Yolanda Duarte y si era la madre de Dennis Macnils Gabel Duarte. Les indiqué que sí y me dijeron: 'Hemos encontrado a su hijo muerto en su celda, estaba en la cama'».

Hasta ahí, Yolanda tiene clarísima la secuencia, cómo le comunicaron que su hijo, de 35 años e interno de la cárcel de A Lama, había fallecido. Sabe cómo fue la llamada, cómo le hablaron... pero a partir de ese momento le cuesta mucho recordar lo que pasó: «Pensé que era una broma, grité que eso no podía ser, que cómo había pasado... pero no recuerdo ninguna explicación». Dice que colapsó, que hay un espacio de tiempo en el que no recuerda ni qué hizo ni cómo lo hizo. Desde ese mismo día, tanto ella como Lorena, hermana por parte de padre del fallecido, no han dejado de hacerse preguntas machaconas, interrogantes que las matan. Porque han pasado casi tres meses y realmente no saben prácticamente nada sobre el fallecimiento de Dennis. «No sabemos qué pasó, no le trataron como un ser humano y a mí tampoco», señala Yolanda entre sollozos.  

La vida de Dennis, recuerda su madre, comenzó en Alicante, en Torrevieja, donde vivían sus progenitores. Cuenta su madre que fue un chico «con una vida bastante normal» hasta que se convirtió en padre de forma precoz, con solo 18 años de edad. La paternidad, señala su progenitora, le hizo madurar a marchas forzadas. Trabajaba en una empresa de aceites y le gustaba estar con su niña. «Se pasaba todo el tiempo con ella», recuerda Yolanda. Pero todo se torció con bastante rapidez. Se separó de su chica, tuvo otra relación convulsa y, sobre todo, empezó a consumir drogas y alcohol. La rueda de su destrucción estaba en marcha. Y, aunque su familia lo intentó, no fue capaz de pararla. «Empezó a cometer delitos: robos, trapicheo, peleas...», indica Yolanda. 

Entró por primera vez en prisión en Alicante, donde estuvo cinco meses recluido. Tras este paso por la cárcel, la madre, que se había mudado desde Torrevieja a Meaño, de donde es natural, le dijo que se viniese a Galicia para intentar ayudarle. Ahí descubrió una realidad terrible: «Él no estaba bien, le daban lo que yo interpreto que son brotes psicóticos, llegó a destrozarme la casa y el coche, a agredir a mi pareja. Toqué a muchísimas puertas para intentar que le viese un psiquiatra y que tuviese un tratamiento porque estaba fatal, pero siempre me decían lo mismo, que era mayor de edad y que si él no accedía a ir al médico no había nada que hacer... así que nunca logré que le diagnosticasen nada, al menos que yo sepa. Porque no sé si en prisión hubo algún diagnóstico. Mi hijo era un pobre diablo», indica. 

Pasó el tiempo y Dennis volvió a delinquir, se le juntaron distintas causas, algunas ligadas a robos y trapicheo, y volvió a entrar en prisión. Esta segunda vez con una pena más larga. Ni su madre ni su hermana niegan en ningún momento que él no tuviese que cumplir condena por los delitos que cometió. Pero lo que las mata es pensar que se pudieron hacer otras cosas por él, que pudo no acabar falleciendo con 35 años. «Creemos que hubo omisión de socorro con todas las alertas que dimos por su salud mental, no estaba bien», dicen. 

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En este segundo paso por la cárcel estuvo primero en Villena y luego lo trasladaron a Galicia, a A Lama, por petición del propio interno y de su familia. Su madre quería que estuviese cerca para poder ir a verle. Tanto en la prisión de Alicante como en la pontevedresa la familia hizo numerosos requerimientos porque veían que él no estaba bien. «Lo de las pastillas fue un calvario. Se las daban y se las quitaban, a veces estaba sobremedicado y no se acordaba de nada. Luego se las cambiaban en el patio. Tanto él como nosotros pedimos auxilio un montón de veces por este tema, por su salud mental, y nunca se hizo nada o, al menos, nosotros no lo sabemos», indica su hermana Lorena, que se hartó de mandar correos a la prisión de Villena para alertar de cómo veía a su hermano. En A Lama, las cosas no mejoraron. En las visitas lo veían mal. Además, siempre solía estar recluido en el módulo de aislamiento. Así estaba el día 11 de enero, la última vez que su madre lo fue a visitar. Le llevó unas zapatillas deportivas nuevas y reparó en las ojeras enormes que tenía. «Le pregunté porque me parecía que no debía estar durmiendo, pero le quitó importancia. No sabía el motivo del castigo, no se enteraba de nada. No estaba bien», indica. 

De ahí, a la llamada imposible de digerir del día 28 de enero en la que le comunicaron su muerte. ¿Qué le pasó? Yolanda dice que le indicaron que no se sabía la causa del fallecimiento, que ya la llamarían de nuevo desde la prisión, pero que nunca llegaron a hacerlo: «Nadie nos dio el pésame, el trato fue terrible. Me dijeron que me llamaría alguien, pero nunca lo hizo. A lo mejor el funcionario que llamó para darme la noticia dijo que lo sentía al escucharme gritar, eso no lo sé seguro. Pero lo que sí garantizo es que no llamó nadie más, ni ese día ni nunca». Las siguientes llamadas fueron ya de la funeraria. Su voz se rompe cuando indica que su hijo ni siquiera tenía su ropa para poder ser enterrado: «Tenía todas sus cosas en la cárcel y no se las mandaron. Me dijeron que si las quería que fuese a buscarlas. Acababa de morir mi hijo... ¿de verdad era eso necesario? Al final le compré ropa ese mismo día para que pudiese llevarla puesta». 

Yolanda preguntó a la funeraria si sabían algo de la autopsia, si le podían decir qué le había pasado a su hijo. Pero ellos no tenían respuestas. Le dijeron que preguntase en el juzgado en el que recayeron las diligencias de la muerte. Y eso hizo esta mujer. Así consiguió que le mandasen el informe inicial de la autopsia, que nadie le explicó y que es difícil de descifrar. Porque primero pone que las diligencias son por un delito de homicidio, lo que a ella le lleva a pensar si habrán matado a su hijo. Pero en las conclusiones se indica lo siguiente: «Causa inmediata de la muerte, indeterminada a estudio. Natural versus accidental». Eso es todo lo que dice el papel judicial. Se supone que es solo un información inicial y que en algún momento sabrán algo más de la autopsia, pero ella reclamó la información más veces en el juzgado y le dijeron que por ahora no hay nada más que puedan remitirle. 

Fuentes de este ámbito consultadas indican que, efectivamente, ese informe puede dar lugar a malentendido y que no es la primera vez que esto sucede. ¿Por qué habla de un homicidio? La explicación, en boca de profesionales de estos ámbitos, es rocambolesca. Indican que no se debería dar importancia a esa palabra porque seguramente en la diligencia del juzgado se añadió de forma errónea o porque se haya utilizado un documento base de diligencias similares. Indican que lo importante son las conclusiones y que ahí, en ese informe inicial, se descarta  el suicidio y se apuesta más por en una muerte natural o accidental por la ingesta de alguna sustancia. Pero que todo está a expensas de los resultados toxicológicos del laboratorio. Añaden también que si estos fuesen muy abultados, si el fallecido tuviese en el cuerpo alguna sustancia en una cantidad muy elevada, podría retomarse la hipótesis del suicidio. Pero, en principio, no. A la familia nunca llegaron a darle esta ni ninguna otra explicación. Tienen el papel sin más, así que no saben a qué atenerse. 

Este periódico contactó con la subdelegación del Gobierno de Pontevedra para preguntar por el caso de Dennis. Desde ahí se remitió a Instituciones Penitenciarias, que depende del Ministerio del Interior, y que no contestó nada sobre este asunto. 

Paralelamente al juzgado, los familiares intentaron conseguir información vía la cárcel. Pero toparon con un muro. «No hay prácticamente nada. Me dieron un diario que él escribía con las páginas arrancadas. Es como si no pasase por la prisión», indica. La familia preguntó a los compañeros, algunos les dijeron que esa noche habían escuchado a Dennis pedir auxilio. No saben a qué atenerse: «¿De qué murió?», se preguntan una y otra vez. Luego, elaboran escritos y más escritos reclamando información. Y llegan a una conclusión muy clara: «Dennis era un preso, sí, pero también era un ser humano. Y tenía una familia que le quería y que se preocupó por él desde el minuto cero. Quizás las cosas se podrían hacer de otra forma». Luego, añaden: «Esto no debería pasarle a ninguna otra persona».