
El mundo celebra los 70 años de la liberación de Auschwitz. Cientos de gallegos murieron en el genocidio
02 feb 2015 . Actualizado a las 08:44 h.En La destrucción de los judíos en Europa, el historiador Raúl Hilberg analiza el Holocausto y describe Auschwitz como el campo que mejor encarnaba el III Reich. Tras el lema de su puerta, «El trabajo os hará libres», todo funcionaba con un reloj. Emplazado en la actual Polonia, estaba situado en un importante nudo ferroviario que permitía la llegada masiva de prisioneros. En menos de cinco años, de 1940 a 1945, el perfecto engranaje del horror logró exterminar a más de un millón de seres humanos, en su inmensa mayoría hebreos.
Auschwitz fue el epicentro de la shoah, la catástrofe para el pueblo judío, y la denominada solución final para los nazis. Como el resto de campos abiertos en la Polonia ocupada, su única función era exterminar a las personas y con ellas a la rica cultura hebrea asentada durante siglos en Europa del Este. Por esa razón, apenas se conocen españoles que fueran a parar allí. Estos, en su mayor parte refugiados republicanos, iban a parar a los campos situados en territorio alemán o austríaco, destinados a trabajos forzados y a prisioneros calificados como más «políticos».
La mayoría fueron a parar a Mauthausen, donde la pesadilla aún continuaría casi cuatro meses, hasta que entra en el campo una columna de tanques del general Dager, en la que participan soldados españoles voluntarios. Será el próximo 5 de mayo cuando se celebre el 70 aniversario y habrá entonces ocasión de recordar también a los cientos de gallegos que fueron recluidos allí.
Faltan datos completos, pero sólo en Gusen, un subcampo cercano destinado al exterminio, entraron 3.846 presos republicanos y sobrevivieron 444. En Mauthausen, están documentados 106 muertos naturales de Galicia entre miles de españoles.
Su historia es la de una formidable derrota. Francia los internó en campos de refugiados tras la Guerra Civil. Y, con la invasión alemana, se convirtieron en un problema. Cuando Himmler pregunta a Franco qué hacer con ellos, su ministro Serrano Suñer responde: «No nos interesan, no son españoles». Así, se les aplicó la misma solución final ideada contra los judíos: sólo saldrían de los campos «por el humo de la chimenea».
Un superviviente gallego, Ramón Garrido Vidal, de O Grove, describió en un diario las horas previas a la foto de la liberación: «Amanece lloviendo. Durante la noche, murieron dos o tres por extenuación». Esos compañeros no despertaron para ver los Sherman de Dager. Desde el principio de la guerra mundial llegaron republicanos españoles a los campos de la muerte nazis. El 6 de agosto de 1940 apareció en la estación de Mauthausen el primer tren cargado con prisioneros españoles, muchos de ellos gallegos. Van en el convoy los vigueses Agustín Cameselle y Francisco Pena. Junto a ellos, vecinos de Bueu como José Fernández Pastoriza o Manuel Rei Cruz. Otro vigués: Manuel Fernández Gutiérrez; pontevedreses como Antonio Gómez Torres o Claudio Tizón; y coruñeses como Adriano Castillo Soutelo o Luis Rafales Lamarca.
El 13 diciembre de 1940 llega el mayor contingente de gallegos. José Jornet, un catalán que viajaba a bordo, relata aquel viaje: «Los de la Gestapo nos metieron en vagones de carga. Fueron tres días y tres noches encerrados, sin agua ni comida, haciendo nuestras necesidades en un rincón del vagón, que estaba precintado; viajamos entre vómitos y diarreas, sin saber a dónde íbamos».
Pero ni en sus peores pesadillas podían suponer qué les esperaba en los campos de la muerte. Eugenio Batiste, en su autobiografía El sol se extinguió en Mauthausen, explica la candidez de los nuevos prisioneros: «Cuando llegamos al campo, vimos una alta chimenea de la que salían humo y llamaradas. Despedía un olor nauseabundo. Creímos que era el sistema de calefacción».
El franquismo se desentendió de aquellos ciudadanos y el tema del holocausto fue en España un tabú durante toda la dictadura. Fernando Villot, nieto de Agustín Cameselle, relataba recientemente: «Mi familia supo de su muerte por una carta de un superviviente exiliado en México, que lo había visto morir en sus brazos». En Mauthausen, se les tatuó su número de preso, se les vistió con el drilich -el pijama de rayas- y se les identificó con un triángulo azul y una S.
Supervivientes gallegos de los campos hay documentados menos de medio ciento. «Muchos ocultaban su procedencia para proteger a sus familias», aseguraba hace unos años Pablo Iglesias, descendiente de Mercedes Núñez, gallega de Bergondo que sobrevivió a Ravensbruck y que, tras el exilio en Francia, terminó sus días en Vigo, donde falleció en 1986 y donde tiene calle en el barrio de Bouzas.
Como ella, cientos de gallegos vivieron el holocausto. Algunos sobrevivieron para presenciar la liberación, el 5 mayo de 1945. Una foto histórica muestra el momento, con una pancarta sobre el portalón que dice, en castellano: «Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras». Tras los homenajes de esta semana por el aniversario de la hecatombe de Auschwitz, pronto llegará el turno a los 70 años de Mauthausen. Será un gran momento para recordar el horror que vivió un puñado de gallegos arrojados a la mayor barbarie de la historia de la Humanidad.