Fiebre blanca por las venas del snowboard

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

El pontevedrés Manuel Fernández lleva dieciocho años haciendo de la nieve su pasión y su forma de vida

02 mar 2016 . Actualizado a las 07:37 h.

«Es la generación de endorfinas, de adrenalina, la sensación de control y de velocidad. Es la idea de que puedes llegar a jugarte la vida. Pero en realidad está todo tan controlado que es muy difícil que tengas un accidente, aunque puede ocurrir». Todo eso es lo que engancha a la nieve día tras día a Manuel Fernández. «Es como el mar, te da energía vital», dice, «un cómputo global», añade, incapaz de expresar con palabras lo que siente cada vez que se desliza con su tabla de snowboard por la nieve. Virgen o pisada, en días claros o indescifrables, en Galicia o en los Pirineos. Los dieciocho años de nieve que lleva a sus espaldas este pontevedrés le han llevado por diferentes partes de España con un único denominador común: el blanco impoluto.

Todo lo demás de su vida ha ido cambiando: sus lugares de residencia, los idiomas que se hablaba y sus trabajos. Solo la tabla de snowboard que cambió a los 18 años por la de skate -que le acompañó hasta entonces- ha viajado con él allá adonde ha ido.

Todavía recuerda su primer día de nieve. Estaba estudiando BUP en Madrid y decidió ir con unos amigos a Valcotos, una estación de la sierra madrileña en cuyo lugar hay ahora un parque nacional. Hacía un día espectacular, y el grupo de estudiantes improvisó como pudo. También Manuel. E hizo algo más: descubrir que «no hacía falta empujarse con el pie para andar, la tabla se deslizaba sola». Fue un hallazgo sencillo que, sin que se diera cuenta, acababa de cambiar su vida desde ese instante y para siempre. También recuerda que las colas eran infernales y las pistas estaban llenas de gente.

El «luthier» del esquí

Dejó el instituto poco después porque no se le «daba bien estudiar», y no perdió tiempo en empezar a buscar trabajo en varias estaciones de los Pirineos. Así llego a Cerler, donde pasó el primer año en una tienda de alquiler de esquíes. Allí aprovechó para inmiscuirse en las entrañas del deportes y aprender también lo más básico y fundamental: el arreglo del material de nieve. También trabajó de remontero en Boi Taüll, en el Pirineo de Lleida, adonde se mudó algo más tarde para seguir trabajando como «luthier» de la nieve.

Fue entonces cuando se enteró de la oferta formativa de la comunidad catalana. En pleno corazón de los deportes de nieve, en Sort, en la comarca del en Pallars, se realizaba un ciclo superior de Técnico Deportivo, uno de los mejores de España que además, subvencionaba el gobierno catalán si se cursaba en el idioma de la comunidad. Manuel solo sabía lo que había escuchado los dos años anteriores en las pistas, y no lo hablaba. Se lanzó igual. ¿Cómo lo hacía? «Levantaba la mano cada vez que no entendía algo». Y así, con el brazo alzado, se convirtió en monitor en La Molina-Masella, en el Pirineo de Girona. Pasó dos años antes de que su ansia por viajar, aprender y vivir nuevas aventuras los llevaran a Sierra Nevada, donde estuvo otros dos años.

Y entonces le llegó el momento de decidir. Tenía la oportunidad de trabajar en la estación por excelencia de Galicia. Era Manzaneda o el resto del mundo. No dudó mucho. «Creo que Galicia se merece una estación chula», asegura quien se convirtiera en el primer monitor titulado de snow en la estación gallega.

Ahora pasa la mitad de su tiempo entre la casa que tiene alquilada en San Xoán de Barro, en la comarca de Trives, y la que tiene su familia frente a la playa de Canelas, en Sanxenxo. Se siente más cómodo allí que en la de Pontevedra. Los viajes son constantes y están siempre a merced de las condiciones meteorológicas. Es muy difícil verle por las Rías Baixas si hace frío y la nieve está en cotas bajas o intermedias. Pero el panorama cambia en verano. La pasión de su vida da entonces paso a su faceta más responsable, la que le lleva a encargarse del negocio familiar para que sus parientes y los empleados puedan disfrutar de sus vacaciones con la confianza de que alguien de la casa queda a cargo de todo. Por eso se podría decir que casi hasta el viene bien la estacionalidad del esquí.

O mejor dicho, del snow porque, aunque para los más ufanos en la materia pueda haber poca diferencia, es un abismo para los expertos. Tanto, que Manuel se probó unos esquíes por primera vez el año pasado. Era un día que apenas había nieve y estaba la estación vacía. «Me aburría y le cambié a una monitora una clase de esquí por una de snow. Me encantó porque es una sensación diferente después de dieciocho años de tabla. Es increíble, pero no tanto como para cambiarlo por el snow», reconoce.

VIVIR EN LAS PISTAS

Manuel Fernández pasa el invierno entero de 9 a 17 horas bajando pistas, ya sea impartiendo clases o por placer. Es el primero en subir a la estación junto a los empleados y, cuando las cierran, el último en bajar. Se desestresa entonces sumergiéndose en el noble arte del après-ski o en el de descansar: saluda a su perro, enciende la chimenea de casa y se deja llevar por el blanco del día siguiente.