«Pesco a diario después de que una enfermedad me dejase ciego de un ojo con 35 años»

Nieves D. Amil
NIeves D. Amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Capotillo

Andrés Comesaña ha convertido las orillas de la ría de Pontevedra en su oficina. La lubina y la dorada son su objetivo.

14 ene 2020 . Actualizado a las 19:54 h.

Cada mañana poco después de las nueve, Andrés Comesaña llega al fondo de la ría de Pontevedra. Coge su caña, un caldero con el bicho y su mochila. Se pone en una de las escaleras que acceden al mar y espera. Da igual el frio e incluso, la lluvia. Hay días en los que espera toda la mañana para volver de vacío, pero en otros regresa con lubinas y doradas. Un botín que en la plaza se va de precio, pero que en su casa es un plato habitual. «Eu pesco, pero non como pescado», explica Comesaña, que es uno de los pescadores fijos en esta zona.

Lo hace para estar entretenido, necesita ocupar su jornada después de que una tuberculosis le dejase con una incapacidad siendo todavía muy joven. La enfermedad le dejó ciego, pero poco a poco pudo recuperar la visión en uno de ellos. «Pesco a diario después de que una enfermedad me dejase ciego de un ojo con 35 años», comenta Andrés. Ahora tiene 41 años y una incapacidad que le da para «ir tirando». Pesca porque no tiene trabajo. «Que vou facer estar na casa, se estou alí non paro de comer», reconoce. Así que se ha fijado una rutina, mientras no le surja la oportunidad de trabajar. Antes de que la enfermedad le mandase cambiar el rumbo de su vida, se dedicaba a la construcción.

Ahora se levanta cada mañana bien temprano, prepara el desayuno de su hija y la lleva al colegio. Después llega el tiempo para él. «Non podemos vir pescar ata unha hora despois de que saia o sol», comenta Comesaña. Está junto al río hasta que sea hora de ir a buscar a su hija. ¿Y a ella no le entró el gusanillo de pescar? Andrés bromea y reconoce que «hai que ter paciencia, ven algunha vez, peor pensa que é tirar e pescar».

Este lunes todavía es temprano. Lleva poco tiempo, pero durante una hora de conversación la caña no se mueve. Parece que va a ser complicado. «Non pasa nada, isto trátase de ter paciencia, non é chegar e encher», comenta Comesaña. Enero no es buen mes para ir a la lubina y dorada, mejor es entre abril y mayo «cando entra o banco da dorada, aí podes coller dúas ou tres ao día». Lo máximo que se ha llevado en una jornada es cuatro buenas piezas de entre tres y cuatro kilos. Pero fue el año pasado. Y son todas para consumo personal. 

Es su pasión, pero espera que algún día le falte tiempo para ir a pescar. Eso supondría que tiene trabajo. «Estou apuntado en la asociación Juan XXIII e Cogami a ver se sale algo», reconoce. De lunes a viernes, la ría es su oficina. El sábado tocan labores domésticas y alguna vez tiene tiempo por la tarde. El domingo es el único día que no pesca.

Hay pocas cosas que lo dejen en casa. Si llueve pesca en la zona debajo del puente y si hace frío, como esta mañana de enero, no hay problema. Se abriga y pasa las horas atendiendo la caña y contemplando la vida. «As veces veñen outros a pescar e falas un rato con uns e con outros e se vai o día». Ni siquiera tiene un punto favorito ni un truco para que piquen el anzuelo. Desde la boca de la ría hasta la playa fluvial puede hacerse, aunque él escoge casi siempre este rincón junto a la avenida de Marín. Eso sí, el bicho lo coge él en la playa de Lourido. «Mercalo é prohibitivo», señala. Una hora después de empezar la mañana sigue esperando. «Hai que mamar moitas horas», dice al despedirse.