Nueve de la mañana de un día laborable que apunta a soleado y pacífico. Me acaricia la suave brisa marina de la cercana playa de Riazor. La inspiro con placer buscando su sabor a sal.
Me dirijo al despacho después de dejar mi coche en el mecánico. Me sorprende un señor que se acerca de frente sonriente. Parece venir a mí encuentro. Lo observo con detalle. Y sí, me resulta una cara conocida. Parece unos años mayor que yo, o igual no. Hace algún tiempo que mis colegas tienen la fea costumbre de ser más jóvenes que uno.
Nos saludamos con mucha cordialidad. Ambos nos interesamos por la vida del otro. Le cuento mi gestión con el taller. Por su parte empieza a contarme de donde viene y a donde va. En el sentido rutinario del tema, no filosófico.
Según voy escuchando su intrascendente relato ? poniendo cara de interés, eso sí ? aumenta mi preocupación. No acabo de acordarme ni del nombre ni la ubicación del individuo. Ni siquiera sé si lo conozco del trabajo, del vecindario o de tomar café. Dudo, incluso, que lo conozca.
Adivino en su mirada, que le debe estar pasando lo mismo. Y aquella sensación de afectiva confianza se transmuta a una percepción de nerviosa inseguridad, que va creciendo. Y ninguno de los dos nos atrevemos a preguntarnos quién diablos somos, después de tan efusivo saludo. Y aguantamos la escena cual consumados actores.
Y él sigue hablando, y yo escuchando, durante infinitos y angustiosos minutos; repletos de segundos bisiestos que me golpean las sienes como un martillo pisón. Aprovecho para seguir activando al máximo mis neuronas en el intento de recordar. En algún momento parece que percibo algún destello luminoso, pero se apaga enseguida. ¡Maldita sea!
Nos despedimos, por fin, de forma apresurada. Como conteniendo el aliento. No respiré hasta quince pasos más adelante, aliviado y a pleno pulmón.
Tras treinta años. Ni siquiera lo vi donde habita el olvido. A cambio me quedó el desasosiego perfeccionista de la falta de ubicación del sujeto en el ya acartonado álbum fotográfico de la mente.
Hace tiempo encontré un programa en internet para fortalecer la memoria a base de ejercicios. Y parece que está funcionando bien; porque, ahora, recuerdo episodios de mi juventud, incluso de la niñez. Pero me olvido lo desayunado esta mañana. «Daquela terei que seguir, pero non sei que cismar»
Armando Mondelo Rodríguez. 68 anos. A Coruña.