Mi vieja estación del tren

Francisco Blanco Rodríguez

RELATOS DE VERÁN

19 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Aquellas estaciones y apeaderos del tren de mi infancia hace ya muchos años que son un viejo recuerdo. Ahora, las que superviven, más modernas, más limpias… son más frías e impersonales. Todo está mecanizado, digitalizado. Muchas ya no cuentan ni con el jefe de estación ni personas que auxilien a otras con escasa movilidad ni una voz amiga que le eche una mano. Solo una máquina te expide el billete si eres capaz de interpretar sus instrucciones. Yo tuve mi estación, mi vieja estación, en donde cogía el tren para dirigirme a escenarios más risueños o me apeaba al volver a la casa familiar. En aquellos tiempos todo era más cálido, humano, entrañable, afectivo, a pesar de los retrasos que acumulaba el sufrido tren, que renqueaba y se ahogaba en las subidas como un anciano asmático. Precisamente, debido a aquellas demoras daba espacio para entablar animadas conversaciones entre viajeros que esperaban el convoy con paciencia franciscana y a veces con muchas imprecaciones; incluso, concurrían a la estación gentes con el objeto de pasar el tiempo y enterarse de quiénes iban y venían, y también aquellas enamoradas que preferían depositar las misivas para sus amados en el buzón del Correo, pensando que las recibirían antes. Además de este último, circulaban de día el mítico Shanghai. y el expreso a Irún-Hendaya, que fueron testigos de escenas muy emotivas y desgarradoras cuando seres queridos partían en busca de un futuro más lisonjero y casi siempre plagado de incertidumbres y zozobras. Para nadie era fácil abandonar el terruño y enfrentarse con ambientes hostiles, culturas e idiomas ignotos en países lejanos. Partían con una mano delante y la otra detrás, acompañados de maletas de madera o cartón que se hacinaban en los andenes para subirlas en volandas por ventanas y puertas de los vagones cuando la locomotora del tren se detenía unos minutos, que se hacían segundos con los nervios de todos. Las lágrimas de amargura y desolación se tornaban en lágrimas de alegría y alborozo cuando tocaba el regreso por vacaciones o se hacía definitivo. Miles de anécdotas y curiosidades sucedían en el tiempo. Contaba mi padre que un vecino de su aldea, que casi nunca había salido del entorno, en una ocasión tuvo necesidad de coger el tren mixto, y como en el terruño, mixto se le llamaba a las cerillas, al pobre hombre no se le ocurrió otra cosa que pedir al jefe de la estación un billete para el tren cerilla, ante la chifla de los oyentes. Hace mucho que no paso por mi vieja estación, que tanto supuso en mi devenir. No olvido que fue la rampa de lanzamiento para mi incursión en otros ambientes, en otros mundos más abiertos, más halagüeños.

Francisco Blanco Rodríguez. 81 años. A Coruña.