Hoy es el cumpleaños de mamá y cuando me desperté la vi triste. Era muy temprano, pero ella ya se había levantado. Estaba mirándose en el espejo. Acercaba mucho los ojos porque no ve bien y no llevaba puestas las gafas. Se tocaba las mejillas con la mano, como si no se reconociera. Iba a darle un beso y felicitarla, pero me quedé quieto en el pasillo, mirándola desde la puerta entreabierta. Ella no me vio porque el pasillo estaba a oscuras. Yo había ido hacia su habitación guiado por la luz del espejo, ahora me doy cuenta. Así que estuve allí, quieto, observándola. Apenas pude ver el bulto del cuerpo de papá en la cama, pero no me importó papá.
Solo veía a mamá. En sus ojos, en los ojos que miraban desde el espejo, había tristeza. Y yo no entendía como se puede estar triste el día de su cumpleaños.
Así pasó mucho tiempo, no sé cuánto: yo en el pasillo y mamá en el espejo. Debí de distraerme porque, de pronto, el espejo estaba vacío. La luz seguía encendida, pero no había nadie.
Sentí miedo y comencé a temblar. Quise decir algo, llamar a mamá, pero no pude. Tenía la boca seca y cerré los ojos muy fuerte. Sé que lloraba y eso me avergonzaba. Supe que iba a caerme, pero no podía hacer nada.
Abrí los ojos con todas las fuerzas que me quedaban y, de nuevo, volví a ver la cara de mamá. Ya no estaba en el espejo, sino muy cerca de la mía. Entonces comprendí que estaba abrazándome muy fuerte contra su pecho mientras decía mi nombre. También sentí sus lágrimas resbalando por mi cara.
Lo que no oí fue la respiración de papá, ni vi su bulto en la cama. Entonces recordé que papá hacía días que nos había abandonado.
Le devolví el abrazo a mamá y le deseé muchas felicidades.
Luis Rodríguez Cao. 67 anos. A Coruña.