La carrocería estaba repleta de abolladuras y uno de los faros roto, así que era una prioridad llevar el coche al taller. Luego, se dirigió a la estación de autobuses, pero una vez allí comprobó que los vehículos no estaban en mejor estado que su propio coche.
Decidió cambiar de planes. En lugar de ir a buscarle a la estación, le llamó y le propuso coger un taxi, que le llevaría hasta el apartamento. Ella le esperaría allí. Así, además, se ahorraban el taxi de ida, que total era una tontería que fuese a recibirle cuando él bajase del tren si se iban a ver poco después. Una diferencia de unos minutos más o menos no debía influir para nada en la buena marcha de su relación. Esos gestos románticos estaban sobrevalorados, le dijo. Él pareció estar de acuerdo y musitó un breve «Sí, claro».
Llegó a casa y se dio cuenta de que había olvidado comprar algo para la cena. Cerró la puerta tras de sí y volvió a salir corriendo hacia el supermercado. Allí, se entretuvo algo más de lo previsto y, concentrada en la tarea de planificar el posible menú, perdió la noción del tiempo hasta que un wasap de él la sacó de su ensimismamiento: «Dónde estás? He llamado tres veces a la puerta del apartamento».
Ella se apresuró a contestarle: «En unos minutos estoy ahí. He salido un momento a comprar algo para la cena».
En el trayecto de regreso, los adoquines de la avenida principal mostraban algunos desperfectos con el consiguiente riesgo para los transeúntes y, como le iba de camino, entró en la alcaldía para informar de ello. Tuvo que rellenar varios impresos, lo que le llevó bastante tiempo. Cuando salió, casi había anochecido, así que caminaba lentamente por si había más tramos en mal estado. Llegó al edificio de apartamentos y subió al tercer piso. En la puerta, únicamente una nota: «La vecina del cuarto me ha invitado a cenar. No me esperes».
Raquel Puente Carballo. 51 anos. Olesa de Montserrat. (Barcelona)