No era mujer de caprichos caros, salvo en una cosa, su coche. Dicha obsesión se tradujo en la excentricidad de bautizarlo y rotularlo como «Mike». Para ella era más que un medio de transporte. Durante la década que llevaban juntos había estado acompañándola en sus mejores y peores momentos.
Beatriz se había despertado de madrugada tres años atrás, sobresaltada por el timbre de su teléfono y su estridente tono de llamada. Unos segundos más que suficientes para comprimir su pecho, con la certeza de que algo terrible había pasado. Acertó, pero no del todo. Porque jamás hubiera imaginado escuchar aquello de «Mamá ha muerto». En media hora, tras preparar una pequeña maleta y avisar a un compañero de trabajo de su imperativo viaje, partió en su vehículo desde la capital rumbo a Galicia. Esa ruta por la A-6 que había pospuesto desde hacía demasiado tiempo. Las largas jornadas en el hospital, las quedadas con amigas, sus parejas intermitentes, escapadas de fin de semana —nunca en esa dirección—, su afición de ir a conciertos, cine, teatro, y el tiempo para descansar de todo lo anterior, habían impedido visitar antes a su familia. Además, si todos ellos se encontraban bien, no veía la urgencia de ir.
Un tiempo después del fallecimiento, y con la intención de levantarle el ánimo, su mejor amigo le había organizado un viaje sorpresa:
—¿Pero, a dónde vamos? Dímelo. Cómo voy a conducir si no sé cuál es el camino— protestaba Bea.
—Ya te voy guiando yo, sigue despacio por esta carretera, o si prefieres, ¡Déjame a mí conducir a Mike!
Ni siquiera su fiel Roberto había podido manejar nunca el DeLorean DMC-12. Sabía que un fin de semana en un entorno natural, donde el único sonido posible es el murmullo del viento entre los árboles, la reconfortaría desde lo más profundo. Todavía se estaban riendo a carcajadas cuando de fondo se empezaron a escuchar unos acordes saliendo de la radio, se miraron cómplices y empezaron a corear al unísono a un tal Serrat: «Hoy puede ser un gran día. Plantéatelo así, aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti».
Marta Sánchez Sánchez. 41 anos. Lugo.