El otro día, mi padre salió a correr. Era sábado por la mañana y estaba lloviendo. Siempre va a correr. No importa si llueve, hace sol, truena, caen meteoritos o si están a punto de invadirnos los rusos. Él sale de casa y cumple de forma impecable con su disciplina autoimpuesta.
Si os soy sincero, no sé por qué lo hace. Incluso me da un poco de vergüenza. Una vez se lo pregunté a mamá, pero, la verdad, no recuerdo qué explicación me dio.
El caso es que yo estaba en la ventana, observando con calma la que estaba cayendo. ¿Sería capaz el viejo de ir otra vez por ahí con este temporal? Salió de su habitación con su ropa de corredor, le dio un beso a mamá y allá que se fue, el muy atolondrado.
Me tiré en el sofá y me puse a ver la tele.
Pasaron un par de horas y sonó el timbre. Era mi tío, que venía a comer. Dejó dos cervezas en la nevera y, antes de espatarrarse conmigo en el sofá, le preguntó a mamá cuál sería el menú del día. Unos minutos después, llegó mi padre. Mi tío lo vio envuelto en esa mezcla tan característica de agua de lluvia y sudor, cuando le soltó:
—Jesusiño, vente para aquí hoy, que ya corriste de abondo. Debes de tener sed, ¿no? Pues no te preocupes, que yo tengo por ahí un isotónico del bueno.
Mi padre no le respondió. Mi tío, en cambio, se reía como un bobalicón.
Unos instantes después estábamos en la mesa, sirviéndonos la comida, cuando de repente mi tío le preguntó:
—Oye, Jesusiño. ¿Por qué corres? ¿No te era mejor ir por ahí a tomar algo conmigo?
Mi padre lo miró fijamente. No sonreía, pero tampoco parecía enfadado. Y dijo:
—Corro para no ser como tú.
Se quedó todo el mundo en silencio. Papá empezó a comer como si nada. Yo estaba inmóvil. Y ahí seguía mi padre, como si la cosa no fuera con él, saboreando la comida con una tranquilidad pasmosa.
Al día siguiente le pedí a papá que me acompañase a comprar unas zapatillas para correr. Me las escogió él, y también las pagó. Pero lo mejor fue que durante el trayecto no paramos de hablar y de contarnos batallitas. Nunca he sido de presumir, pero siento que tengo el mejor padre del mundo.