Santa Cruz, eco de un amor

Iria Muñiz

RELATOS DE VERÁN

07 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Aquel rincón donde los veranos se teñían de esperanza, donde cada ola parecía susurrarme la promesa de un nuevo comienzo. Allí, entre el vaivén del mar y el murmullo del viento, intenté —verano tras verano— despojarme del pasado que aún pesaba como sombra. Pero con el tiempo, ese lugar dejó de ser escenario de renacimientos para convertirse en santuario de memorias no dichas. Un refugio donde el eco de aquel amor perdido se quedó atrapado entre las mareas, mientras la playa me hablaba en silencio.

Desde aquel último verano, mis pasos ya no buscaron su arena. No porque la hubiera olvidado, sino porque ella guardaba aún el aliento de su ausencia.

Algunos caminan por la orilla sin mirar atrás; yo me quedé anclada, contemplando las olas, como si al hacerlo pudiera descifrar lo que el mar quiso siempre decirme. Hay quienes creen que ciertas almas cruzan nuestro camino para enseñarnos. Sobre el amor, sobre la pérdida, sobre la infinita capacidad de sentir.

No están para quedarse, pero su paso es sagrado. Y aunque hayan pasado dieciséis años, aún duele su adiós —aquel febrero, tan cruel como eterno—. Aquel amor me transformó. Me hizo crecer. Y aunque cambió el rumbo de mi vida, se convirtió en el pilar de mi escritura. Fue en Santa Cruz, entre aquellas aguas antiguas y sabias, donde por fin comprendí que quizá escribir era la única manera de darle fin a la historia que nunca pudo comenzar.

Y así entendí que no todo amor está destinado a quedarse, pero algunos nacen para escribirnos por dentro.