Anónimos

José Paradela

RELATOS DE VERÁN

12 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

No recordaba la última vez que su nieto se había sentado a su lado —«abu, cuéntame el del brujo del bosque»—. Ahora prefería el streaming y el Instagram.

Lo tuvo claro cuando empezaron a mirarle como quien mira el televisor. Se dijo: «Vale, hija, tengo años para saber cuál es el lugar de los trastos viejos». No tardaron en buscar un nuevo hogar para Eduardo. «Papá, ya verás cómo te haces con el sitio. Y vendremos a verte como poco una vez por semana». Eduardo sonrió al ver lo mal que fingía su yerno.

A Grumo le pasó lo mismo. Presintió que no era el centro de atención del hogar e intentó a la desesperada recuperar el favor de sus amos, pero es difícil para un perro hacer el payaso. Las broncas siempre volvían y por fin decidieron separarse.

—Yo me quedo el piso. Y el Nissan, por supuesto.

—Entonces la moto es para mí… Y quédate a Grumo, le encanta este piso.

—¡Ni hablar! Con Grumo te las arreglas tú.

Se convirtió en una mascota sin techo y una noche, dolorido por los botellazos de «las manadas» (críos crueles sin límites conocidos), corrió a ocultarse tras el contenedor de basura que había en el pequeño jardín del barrio. Oyó pasos al otro lado. Vio a un anciano y leyó en su expresión que también le habían desahuciado. Su sexto sentido le dijo que podía confiar en aquel humano. Se acercó lentamente para no asustarlo y se hizo notar con un ronroneo amistoso. Eduardo le acarició entre unos ojos que miraban como ninguna persona había hecho antes. Y recordó entonces cómo era sonreír. Suficiente motivo para retrasar su escapada de la residencia.

Pronto empezaron a conocerse, noche tras noche, sustituyendo palabras y ladridos por gestos y miradas. Eduardo estaba tan ilusionado que soltó una de sus citas cinéfilas: «Siento que esto va a ser el principio de una larga amistad». Grumo suspiró, elevó las orejas y asintió con un «¡Wow!».

Mientras esto ocurría, el mundo ladraba, conspiraba y humillaba sin saber muy bien para qué, ajeno al hecho de que los relatos esenciales de la vida ocurren a gente anónima y al margen de los focos.