Soy un búho que duerme de noche. Sueño incluso en sueños. En mi cuerpo hay dos relojes: uno en mi cerebro, de precisión suiza; otro en mi corazón, cuya aguja más ligera marca años y no segundos. Es por eso que tengo dos edades: la del documento de identidad y la que cuenta. Soy una dupla. Leo hasta que me queman los párpados, escribo hasta que arden las ideas. No me gusto un día a la semana, los cinco siguientes sí, y al séptimo no sé y no contesto. Busco con terquedad el equilibrio, pero detesto el engaño de lo estable. No me acostumbro a las costumbres. A veces lluevo. Hace tiempo que el espíritu de contradicción y yo compartimos los teléfonos. Cambio verdades por buenas historias. Me enfundo pieles ajenas. Robo con guantes negros. Nunca he estado en la cárcel. Si lo veo venir, es probable que me esconda para ir cuando me plazca. Me fío de las sombras. Aúllo a las lunas nuevas. Mi pecho es una caracola con ecos de océano. Escalo todas las torres. Quisiera saber volar sin artefactos. Viajo entre estantes de bibliotecas y olfateo más libros que perfumes. Trato de vivir en el presente, pero a ratos se me olvida. A la muerte la ignoro como se ignoran las cosas inevitables que hieren. Saludo al sol sobre tapices. No puedo comer fruta. Me encanta estar donde todo ocurre. Y que hablen de mí, aunque sea bien y no me importe.