El perrito

Ignasi Casas

RELATOS DE VERÁN

16 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Al volverme a girar, el perrito seguía a diez metros de mí. Llevábamos así un buen rato. Yo le daba la espalda, dejándolo clavado en su sitio, avanzaba por la calle y, al girarme pasados unos segundos (o puede que un minuto), él seguía a la misma distancia.

Era como jugar al escondite inglés de mi infancia, pero sin pared y en versión perruna. —¿Qué pasa, perrito? ¿Es que te has perdido? ¿Por qué me sigues? ¿Dónde está tu amo? ¿Y tu casa? Tenía unos ojos tristones, grandes y marrones, diríase al contemplarlo, que era la mirada misma de una persona. El perrito no reaccionó a mis palabras; mantenía la misma mirada triste e impertérrita.

Yo había bajado hacía media hora de casa a comprar el pan, y me dirigía a la panadería. Así que reemprendí la marcha, y la situación descrita al principio se volvió a repetir. Yo caminaba, y el perrito caminaba detrás de mí, hasta que me paraba y se paraba él también, a una distancia casi constante de diez metros.

Al llegar a la panadería, compré una barra artesana mientras él se quedaba en el umbral de la puerta, sin atreverse a entrar, atento a todo lo que le rodeaba, lo que denotaba una de dos: o bien que estaba bastante domesticado, o bien que tenía miedo al contacto humano, o puede que fuese ambas cosas a la vez. En estos pensamientos estaba yo inmerso cuando, al salir, le tiré al suelo un trozo de currusco. Con mucha desconfianza se acercó a husmearlo y le dio unos lengüetazos, al tiempo que movía la cola de forma nerviosa, pero finalmente no se lo comió.

De pronto, oí una voz que se aproximaba por la calle, que parecía gritar un nombre. El can levantó el cuello, empinó las orejas y se alejó corriendo. Ni una mirada de despedida. Adiós, perrito, que te vaya bien.