Ella era frágil, educada por un padre militar en un ambiente espartano y con grandes valores; no supo adaptarse al mundo cambiante y caótico que le tocó vivir, no superó las ingratitudes ni las traiciones de las personas en las que depositara su amor. Se empeñó en mirar solo en dos direcciones, hacia atrás para recordar su pasado lleno de reglas que nadie osaba traspasar y hacia adelante para llegar al puerto que ella tenía idealizado. Se olvidó de que no siempre es malo tomar un atajo para poder llegar a la meta, se olvidó de que a su derecha y a su izquierda tenía manos tendidas para sostenerla y darle fuerzas en el camino de la conformidad. Apoyada en el balcón, ve pasar la vida sin querer participar en ella, ya no entiende a los adultos, para ella el mundo se resquebrajó en mil pedazos.
La puerta se abrió y una mujer con uniforme blanco y voz amable interrumpió sus pensamientos.
—Flora, es la hora de la medicación.
De buena gana la siguió, en aquel lugar extraño en el que se encontraba sí que había disciplina y orden.