Oscura serenísima

Maite Hermida

RELATOS DE VERÁN

29 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Venecia estaba envuelta en una bruma glacial, algodonosa, de esas brumas incapaces de expulsar las tinieblas. Una góndola se deslizaba en medio de la nada y solo se oía el chapoteo del agua a medida que el gondolero se dirigía a Murano. Se podía adivinar la silueta, tenue y desdibujada, de la plaza de San Marcos. Los edificios que la rodeaban se fundían con la niebla y se transformaban en un sueño tétrico e invisible. La góndola adelantó a un esquife que llevaba en su proa a un encapuchado que sostenía una linterna en su mano esquelética. El aire era denso y húmedo, un perfume de misterio parecía flotar en el ambiente, como si la naturaleza hubiera decidido convocar a los espíritus a un nuevo apocalipsis.

El encapuchado deseaba llegar a Murano para adquirir una especial producción veneciana acorde con su antigua espada de reminiscencias otomanas. Buscaba un hermoso cristal iridiscente para su empuñadura, de colores tornasolados, dorados y con pequeñas filigranas de vidrio blanco. «¿Pietro De Luca? Querría hacerle una pregunta », dijo el encapuchado. «¿Podría realizar para la empuñadura de mi espada un vidrio muy especial?» «es posible, mi señor. Prácticamente soy el único que produce un vidrio de esa calidad, exclusivo en su clase». La Serenísima amanecía de su letargo de brumas y oscuridad. De vuelta a su villa del Gran Canal, el misterioso encapuchado observaba ensimismado el jardín que parecía haber surgido de un sueño. Deseaba poder lucir en su espada el espléndido cristal. Era su anhelo quimérico poder sostenerla en sus manos; con ella sería invencible.