El vestido nuevo

Raquel Puente

RELATOS DE VERÁN

29 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Nada más despertarme, subí a zancadas las escaleras hasta el primer piso. Llegué arriba casi sin aliento y abrí los ventanales.

—¡Llueve!, exclamé con evidente desilusión.

—Orvalla, puntualizó mi tía. Pensé que lo más probable es que se anulase la verbena de aquella noche en el pueblo.

—Bueno, todavía puede escampar, deseé con todas mis fuerzas.

Dediqué toda la mañana a rebuscar en mi memoria cualquier conjuro, plegaria, encantamiento o lo que fuese que alguien pudiera haber citado en alguna ocasión. Cerré los ojos con fuerza para ver si así conseguía rescatar alguna frase mágica perdida en mi memoria, como quien busca en el fondo de los cajones vaciando su contenido para examinarlo minuciosamente. Pero nada. Así que me senté frente a la ventana, en el borde de la cama, miré al cielo y rogué que dejase de llover con la misma fe ciega que conocí durante los primeros años en el colegio de monjas.

Sin embargo, la lluvia siguió cayendo todo el día. A última hora de la tarde, el vestido colgado de la puerta del armario de la abuela, ya casi en la penumbra, danzó movido por el viento al abrir la ventana. Parecía un fantasma mofándose de mí.

El final del atardecer tiñó toda la habitación de una luz anaranjada. Solo duró unos minutos y luego la oscuridad inundó toda la estancia, como cuando cae el telón sobre el escenario al final de la función y se apagan las luces. Cerré el armario y la ventana. Empezaba a hacer frío. Ya no habría verbena ni vestido nuevo.

Entonces el sonido de un claxon me sacó de mi ensimismamiento. Volvía a abrir la ventana y le vi agitando enérgicamente una mano señalando el coche mientras con la otra hacía sonar insistentemente el claxon. La lluvia no le había hecho cambiar de planes… «¡Allí siempre llovía!», solía recordarme.

Bajé las escaleras de dos en dos, a zancadas tan grandes que estuve a punto de perder el equilibrio, y alcancé la puerta casi sin aliento. La abrí y salté dentro del coche. Cuando caí en la cuenta, ya era demasiado tarde, circulábamos a toda velocidad y yo iba en pijama.