Siro, entre Praga y Compostela

MARÍA TERESA GRIMAU

SANTIAGO

CRÍTICA DE ARTE | O |

17 abr 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

CONOCÍ a Siro en Praga, en el verano del 2003, cuando coincidimos haciendo turismo. Siro era un turista atípico, que viajaba solo, con un cuaderno de dibujo, rotuladores y lápices de colores bajo el brazo. A cualquier hora del día o de la noche podíamos verlo tomando apuntes de los múltiples rincones con encanto de aquella preciosa ciudad, pero cada mañana estaba en el Puente de Carlos, hablando con los artistas locales, que se convirtieron en amigos y admiradores cuando lo vieron dibujar con increíble destreza deliciosas vistas de la ciudad, los de músicos callejeros o a ellos mismos. Siro volvió a Galicia con el cuaderno lleno de pequeñas obras maestras realizadas en tinta, pastel y ceras, y yo volví a Barcelona pensando en la respuesta que había dado a una de mis infinitas preguntas: sólo haría una exposición de pintura cuando alcanzase como pintor el nivel que ya tenía como dibujante. Han pasado tres años en los que no he vuelto a ver a Siro, pero el azar quiso que en una rápida visita a Compostela con motivo de las vacaciones de Pascua, me encontrase con su exposición en la sala del Hotel Araguaney, y que entre las obras expuestas estén algunas de aquellas que vi nacer en Praga. A la alegría del reencuentro hay que añadir la que me proporciona el placer de tan hermosa muestra. Los desnudos de mujer, trazados en líneas de colores perfectamente armonizados, además de la originalidad de la técnica y del virtuosismo que exigen en su elaboración, hacen pensar por su belleza en los mejores dibujos de Klimt o de Matisse. Pero quizá lo más impactante para mí sea el tratamiento que Siro da a la figura humana. Aunque él no quiera volver a oír hablar de la caricatura, creo que es su mirar de caricaturista el que le permite traspasar a piel y la simple apariencia de las personas para ahondar en su personalidad y aun en su alma. Sólo así se puede mostrar la arrogancia de Alberto Durero; la elegancia de un Kirchner; la ternura de un golfillo -o Pillabán-; la angustia de Van Gogh en una creación personalísima a la témpera, que anuncia la inminente tragedia en el dibujo realizado sobre papel de arroz con grandes manchas de tinta. Me gustaría que Siro llevase esta exposición a Barcelona, pero me dice que irá a la Galería Sargadelos con una serie de dibujos, en la que todavía está trabajando, en homenaje a Picasso. Allí nos veremos. Hotel Araguaney. Hasta el 30 de abril.