Tres combates que asombraron al mundo

Por Jorge Casanova

SANTIAGO

Con joe Frazier desaparece uno de los personajes claves en la edad de oro del boxeo, protagonista con Mohamed Alí de las serie más venerada en la historia de este deporte.

13 nov 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Seguramente, el viejo Joe Smokin Frazier aún creyó ver por última vez cómo volaba aquella toalla antes de cerrar definitivamente sus ojos. Víctima de un cáncer de hígado y de un extraño mal fario que le impidió disfrutar de la gloria que derrochó su archirrival Mohamed Alí, el imaginario vuelo de aquella toalla sobre el cielo de Manila fue para Frazier el principio de fin. Era el 1 de octubre de 1975.

Alí y Frazier ya se habían enfrentado en dos ocasiones. La primera fue en octubre de 1971, en el Madison Square Garden. Frazier, muy rápido (de ahí su apodo, ligero como el humo), tosco en la técnica, poco telegénico, pero con un gancho de izquierda capaz de derribar un tabique, era el campeón. Un campeón incompleto sin derrotar a Alí. Por eso intermedió ante Nixon para que permitiera regresar al fenómeno de Louisville, desposeído de su corona por negarse a ir a Vietnam. Alí llegaba al combate aún invicto y camino de convertirse en una leyenda, arrogante e ingenioso, príncipe rebelde en los tiempos del black power. Flota como una mariposa, pica como una avispa. Pero Alí no pudo flotar tanto como hubiera querido y Frazier «le propinó más golpes de los que había recibido en toda su carrera», según la crónica del New York Times.

Fue un combate formidable, con opciones para ambos, pero en el último asalto Frazier envió todo lo que le quedaba en uno de aquellos ganchos -«el golpe más poderoso de toda su vida», escribió Norman Mailer- y Alí se fue a la lona. Consiguió levantarse antes de que la cuenta llegara a cinco, pero el combate ya estaba sentenciado. La pelea batió todos los récords y su recuerdo se venera en la historia de este deporte.

Ambos púgiles volvieron a enfrentarse tres años más tarde. Frazier ya no tenía la corona, que había perdido frente a Foreman. Y Alí se había preparado a fondo. Después de doce asaltos, no exentos de polémica, hubo unanimidad arbitral. Alí se había tomado la revancha, pero le había costado otra buena paliza por parte de aquel tipo que nunca retrocedía.

La áspera rivalidad que se había forjado entre ambos merecía un capítulo final. Después de que el propio Alí hubiera reconquistado el título en el legendario combate frente a Foreman en la Kinshasha de Mobutu (Rumble in the Jungle), el siniestro Don King organizó otra pelea del siglo en la Manila de Marcos (Thrilla in Manilla), en medio de un calor y una humedad insoportables, pero con una bolsa de seis millones de dólares y medio planeta pendiente del televisor.

Larga noche

«Frazier es un gorila y por eso perderá en Manila», se carcajeaba Alí en las rueda de prensa. «No hay manera de pararlo -respondía Frazier en Sports Illustrated-. Pero llegará un momento en que llamarán a su puerta y le anunciarán que es hora de salir al ring. Y entonces recordará lo que es luchar conmigo y lo larga y dura que va a ser esta noche». Y desde luego que lo fue. No se recuerda otra igual. Ambos boxeadores dieron todo lo que tenían, sangre y sudor, hasta caer extenuados en sus rincones. «Frazier habría necesitado un perro guía para seguir en pie», decía la crónica de Boxing Illustrated. Tenía los ojos tan hinchados que no podía ver. Solo escuchó cómo Eddie Futch, su preparador, le decía: «Nadie olvidará nunca lo que hoy has hecho aquí». «Jamás había estado tan cerca de la muerte», sentenciaría después Mohamed Alí, que vio volar aquella toalla mientras se disponía a quitarse los guantes para no volver a recibir más golpes de su rival ciego.

Nada volvió a ser lo mismo después de aquella pelea. Ni para Frazier, ni para Alí, ni seguramente para el propio boxeo. Pero la rivalidad entre los dos púgiles se mantuvo intacta muchos años después. Se cuenta que un periodista le preguntó a Frazier qué pensaba en el momento en el que Alí prendía con la antorcha olímpica el pebetero de Atlanta: «Lo que pienso es que deberían tirarlo dentro», respondió. Alí era una celebridad mundial y el mejor deportista del siglo según Sports Illustrated, y Frazier iba camino de perder toda su fortuna para acabar sobreviviendo en un cuarto de un gimnasio de Filadelfia, como en los peores guiones del género. Pero ninguno habría sido igual de grande sin el otro.