
La esposa de Franco fue la mejor cliente de su tienda de antigüedades
02 ene 2012 . Actualizado a las 00:18 h.Marcelino Sanín es un hiperactivo de la vida. Trabaja, viaja, monta negocios, disfruta. Este hombre nació en la rúa de Bonaval, frente al cementerio, en el antiguo camino por el que transitaban los condenados a la horca. Con el camposanto delante, uno de los juegos favoritos era armarse de una sábana y convertirse en fantasma. Recuerda los llantos de las plañideras («o teatro máis grande que vin», dice) y los entierros con gran ceremonial y música que dependían «da calidade dos mortos».
El mundo avanzó, «y bendito sea», pero Marcelino no oculta su añoranza: «Os románticos recordamos todo iso con moito agrado». Y eso que a los 8 años inició su vida laboral, compatibilizada con la escolar. De los 8 a los 14 años se hartó de coser y bordar y eso fue un aprendizaje vital para una de sus múltiples vocaciones: la confección de trajes gallegos.
Tras trabajar en la construcción nueve años, se casó con una joven de familia de anticuarios. Su mujer heredó el negocio y Sanín se convirtió en anticuario. Y empezó a trabajar también la ropa típica gallega, con tan buen hacer costurero que sus piezas traspasaron las fronteras. Incluso vistió santos, y si no fíjense en el manto de la Virgen de la Soledad en la iglesia de Salomé. Lo hizo con su hija Lola, a la que más adelante le confeccionaría el traje nupcial.
Su añeja (tiene siglo y medio de vida) tienda de antigüedades de la rúa Altamira atraía a una clienta especial, Carmen Polo, la esposa de Franco: «Levábame as mellores pezas». ¿Y las pagaba? «Si, si, era a mellor clienta. Encantáballe falar cos meus nenos. Fixemos unha gran amistade».
Marcelino, que restauraba sus propias piezas de antigüedades, hizo dinero a porrillo con sus tiendas. Eran tiempos. «Hoxe está desaparecendo o mundo dos anticuarios. Non dá para pagar a luz», lamenta. Pero las antigüedades y los rastros, auténticos grifos económicos, permitieron a Marcelino montar negocios a tutiplén y de lo más variado: «Facía moitísimas cousas, tiña decenas de actividades diferentes». Entre ellas, la hostelera: «Son moi cazoleiro. Aprendín a cociñar no cuartel, pero xa de pequeno facíalle o caldo a miña nai. No Retablo elaboraba unha cociña moi creativa. González Laxe e Rajoy eran grandes clientes».
¿Alguna inversión en cartera? «Quero abrir un hotel para maiores. Non un asilo, senón un negocio hoteleiro. Non quero morrer sen deixalo feito. Teño unha neta preparada para dirixilo». Algo avían por ahí por el Espiño, le previene el redactor: «O meu será diferente».
Siempre viajando
Con 77 años, a Sanín nunca le verán en los bancos de la Alameda: «Se non estou traballando, estou viaxando. Estou sempre de viaxe. Dinlle moitas voltas ao mundo. Non creo que haxa nesta cidade alguén que viaxara tanto. Non hai cousa máis bonita. Tés que ter unha mínima relixiosidade interior e vives unha vida plena. Gústanme as festas, cantar, bailar. Traballo moito, pero tamén disfruto moito. É bonita a vida».
Viajero, ya veo que no, pero ¿hay alguien tan hiperactivo en esta ciudad? «Esta loucura miña é irrepetible. Ningún dos meus fillos segue este frenético camiño. Pero teño un sobriño que si». Marcelino Sanín fue fundador de la Asociación de Anticuarios hace treinta años y, en la vía del ocio, miembro de la tuna de Derecho: «Eu tocaba o laúd. Recorremos media España coa tuna. Beiras era o director». Exprimiendo sus dotes de restaurador, Marcelino acondicionó y decoró un emblemático edificio estudiantil, que él mismo sacó a la luz: «A Casa da Troia monteina eu. Cando xurdiu, todo foi obra miña».
Hoy la vida tunera decayó. «Antes eramos queridísimos. Todo iso perdeuse», comenta.