Fernando Barros: «Santiago necesita más equilibrio económico, y eso lo da la industria»

SANTIAGO

Lamenta que la ciudad haya vivido de espaldas a las oportunidades de su universidad
27 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Nombre. Fernando Barros Fornos. (Neda, 1960).
Profesión. Profesor de la USC y ecónomo del Arzobispado de Santiago.
Rincón elegido. La praza do Obradoiro, «por transmitir la universalidad de Santiago y su multiculturalidad».
Con prudencia y exquisita educación, Fernando Barros acepta que la fotografía se haga en el mejor lugar del Obradoiro para que luzca toda la fachada de la catedral, pero sugiere que, si es posible, salga también San Xerome, el rectorado de la USC. Paco Rodríguez se tumbó con habilidad sobre las escalinatas de Raxoi y el gran angular hizo el resto, reunir en una sola imagen dos símbolos en la actual vida de este economista nacido en Neda, en la comarca de Ferrolterra, que llegó a Compostela en 1977.
Muchos vecinos lo conocerán por sus frecuentes paseos por las calles de la ciudad, en las que le gusta encontrarse con amigos y compartir un café, pero sobre todo por sus 34 años como secretario de la Cámara de Comercio. Ahora sigue vinculado a la institución económica como vocal, y sus dos actividades principales son la docencia en la USC, a la que se incorporó hace más de tres décadas, y, desde hace dos años, llevar las cuentas del Arzobispado de Santiago, una responsabilidad que le pidió personalmente Julián Barrio y que asumió «con honor».
Fernando llegó a la ciudad muy joven, con 16 años, «cuando Ferrol era más importante que Santiago» por su fortaleza industrial, pero enseguida comprendió el imán universal de una bella aldea a la que ya se había acercado a través de la literatura y las reflexiones de intelectuales con poso galleguista. «Fueron unos años muy movidos e intensos», reconoce el ahora profesor de Economía Financiera y Contabilidad, que entró en una facultad de Empresariales recién estrenada y que era un hervidero, con muchos de los actores políticos de la historia reciente de Galicia pululando por las aulas o los despachos. En plena carrera pudo votar por primera vez, y vivió el golpe de Estado de 1981. Algunos de esos recuerdos los compartió con sus colegas de facultad en las bodas de plata de la promoción, una celebración en la que le tocó hablar en nombre de todos y en la que también hubo recuerdos para los bares y discotecas que frecuentaban, desde el Franco hasta la discoteca Black.
Barros tiene una buena perspectiva de aquella ciudad que en los 70, 80 y 90 giraba en torno a la vida universitaria y que ha ido basculando hacia otro modelo en el que el turismo tiene más peso. También cree que el alumnado vive de una forma distinta, quizás menos intensa y con cierta «inmadurez», con una gran formación en su especialidad pero con fallos «en lo integral», producto de la «banalización» de una sociedad «que quiere resolver cuestiones complejas en un tuit».
Cuando él acabó su formación universitaria, uno de sus profesores, José Gabriel Barreiro, se lo llevó de becario a Televés, donde trabajó una temporada y conoció de primera mano las posibilidades empresariales de Compostela. También fue gerente un par de años del Conservatorio, a través de la Sociedad Económica de Amigos del País, hasta que surgió la oportunidad de entrar como economista en la Cámara de Comercio, en la que llegó a ser secretario general, un trabajo que complementó con la docencia.
Desde la institución económica vio de cerca las debilidades y fortalezas de la ciudad. «Hemos luchado para intentar que Santiago tenga un mayor equilibrio en su estructura, y eso te lo da la industria. Desde ese punto de vista es la urbe con menor peso en Galicia, y no me encaja teniendo esta universidad, que en salud y tecnología es puntera. Parece que ahora se dan los primeros pasos para aprovechar este valor, pero lo cierto es que hemos vivido de espalda a la Universidade, y la USC de espaldas a la sociedad. La empresa es clave porque crea valor y empleo, y la industria fija población», resume.
«Soy de pueblo, pero cada vez me siento más urbano porque necesito relacionarme»
Con una familia directa pequeña -su mujer, su hija, una hermana y su madre, que vive en Ferrol- Fernando Barros encuentra tiempo para dejar los números a un lado y dedicarse a sus aficiones, que tiene muy definidas: la literatura, «especialmente la poesía», el arte, la música y el baloncesto, «más jugarlo que verlo, aunque a veces el cuerpo ya no responda a las órdenes». Le gusta pasear y verse con gente «para aprender. Soy de pueblo (Neda) y veraneo en Cedeira, pero cada vez me siento más urbano porque necesito relacionarme».
Como docente y trabajador de la Cámara predicó con la teoría del emprendimiento, pero también trató de aplicarlo con proyectos que lanzó en el mundo de la comunicación y de la educación, «sin éxito», admite. Esas experiencias le enseñaron que hay que estar encima de las cosas, igual que hace ahora como ecónomo del Arzobispado de Santiago. «Es como una pequeña empresa», sostiene, aunque algunos números son respetables: 25 millones de presupuesto para el 2020, más de un millar de parroquias, más de un centenar de concellos, quinientos curas, cien seglares... «Aprendo cosas cada día», reconoce.
Con su perfil, implicado como está en distintos aspectos de la ciudad, resulta extraño que no le hayan tentado desde algún partido político. «Sí lo hicieron, pero nunca quise meterme», admite, «porque creo en el trabajo discreto». Pero se atreve con un diagnóstico: «Me preocupa que se haya dejado de lado el interés general. Y hablando en concreto de Santiago, echo en falta la ilusión que generó el alcalde Xerardo Estévez, que hizo algo más que buen urbanismo. Sabíamos a dónde íbamos».