Manuel Remuñán, el centenario de una pasión por la ciudad histórica de Santiago y su defensa

Ignacio Carballo González
i. carballo SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Xerardo Estévez entregó a Manuel Remuñán Ferro (izquierda) la Medalla de Ouro da Cidade de Santiago hace ahora 25 años
Xerardo Estévez entregó a Manuel Remuñán Ferro (izquierda) la Medalla de Ouro da Cidade de Santiago hace ahora 25 años CEDIDA

Recuerdos de la obra excepcional de un hombre polifacético que dejó una «magnífica herencia» a Compostela

19 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«Sempre me pregunto que sería da cidade histórica de Compostela se nos momentos da ditadura e da especulación masiva non tiveramos un Manuel Remuñán que, desde a Comisión de Patrimonio, velou por ela e impediu moitas desfeitas». Xerardo Estévez recuerda el perfil público más relevante para la ciudad de la larga y polifacética trayectoria vital de Manuel Remuñán Ferro (Santiago, 17 de noviembre de 1921-1 de febrero de 2014) con motivo del centenario de su nacimiento.

Esta efeméride, así como la de los 25 años de la Medalla de Ouro da Cidade, que recibió el 13 de diciembre de 1996 —aparte de otras distinciones, como la Medalla Castelao, en 1997—, brinda la ocasión de reverdecer, recordando la labor altruista excepcional que Remuñán desarrolló, los pilares sobre los que hoy el mundo entero disfruta de un casco monumental en excelente estado de conservación. «Y es que en los años 60, la guerra por la construcción en Santiago era atroz, incluso con fuertes presiones personales», rememoran sus hijos. Porque Remuñán Ferro fue fundamental para que Santiago fuese declarada Patrimonio de la Humanidad. Su intervención fue decisiva para que la «almendra» histórica, siempre su gran preocupación, llegara impecable para poder actuar con medidas rehabilitadoras.

El profesor y ex director xeral de Patrimonio Ángel Sicart, explica que, para Manuel Remuñán, Santiago «era un sentimiento, una pasión», y que «sus profundos conocimientos le llevaron en un principio a ser el soporte legal de la Comisión de Patrimonio de la Ciudad y el encargado de redactar los informes de las obras en unos momentos en los que la ausencia de otras normas —que llegarían más tarde con el Plan Especial— ponía en peligro la identidad del conjunto. Como profesor y hombre de derecho internacional, conocía mejor que nadie los documentos y recomendaciones para la preservación de los bienes culturales, desde las Convenciones de La Haya, la Carta de Atenas, las disposiciones de la Unesco a, cómo no, la legislación española de protección», señala Sicart al incidir en la «magnífica herencia» de Remuñán. Con las transferencias a la Xunta, siguió aportando a la Comisión de Patrimonio «sus impagables saberes».

De un perfil más personal de Manuel Remuñán habla Paolo Caucci, presidente del Comité Internacional de Expertos del Camino de Santiago, quien afirma de él que «es una de las personas que te cambian la vida». Lo conoció cuando el hoy máximo experto mundial en las peregrinaciones jacobeas llegó a la ciudad en 1968 como lector de italiano en la Universidad y Remuñán, con raíces italianas por parte materna, era presidente de la Asociación Dante Alighieri: «A él le debo las raíces más profundas de mi amor incondicional a Galicia, que me hizo conocer con afecto paterno y mano segura. Con él recorrí todos sus rincones y conocí Santiago piedra por piedra. Me presentó a poetas, escritores, catedráticos, pescadores, patrones de barco, hidalgos y canónigos y, sobre todo, me hizo comprender la necesidad de defender con todos los medios, junto a los valores espirituales y culturales de esta tierra, también su patrimonio físico, ya que constituían una realidad universal, única e inseparable».

Ángel Sicart incide en la personalidad de Remuñán al afirmar que «tras su imponente figura se escondía un hombre entrañable, cordial y con una fina ironía. Todos los que le conocíamos y disfrutamos de su amistad, sencillamente le queríamos».

Xerardo Estévez señala que, en el plano personal, él y Remuñán mantuvieron una relación prolongada y dual, «por un lado un grande afecto e amizade e por outro, como non, desacordos en torno ao nivel de modernidade que eu tentaba introducir no centro histórico. Ese afecto pola cidade, ese compostelanismo activo, é algo que boto de menos».

El amor a Santiago le venía a Remuñán desde la cuna en el domicilio familiar, la Casa da Concha, inmueble que su abuelo Benito había comprado al cabildo catedralicio. Remuñán era hijo de María Ferro y del profesor de Literatura Española de la Universidad y gerente de la empresa Fraga en Santiago, Manuel Remuñán García, cargo este último que asumió Remuñán Ferro en 1946, a la muerte de su padre, cuando ya era profesor universitario de Derecho. El cine, el teatro y la música fueron, junto a la tertulia, la lectura, la pesca y los amigos, aficiones de este hombre familiar, casado con Carmen López Campo, matrimonio que tuvo cuatro hijos, María Teresa, Manolo, Jacobo y Carmucha, quienes remarcan del carácter de su padre la bondad y honestidad a prueba de bomba.

Entre los cargos públicos que desempeñó, fue concejal electo en la primera corporación democrática, si bien dimitió en el primer pleno porque no fue nombrado responsable de urbanismo, cargo desde el que quería luchar por la conservación del casco histórico y contra la especulación en el Ensanche.