En Santiago los grandes proyectos de ciudad siempre tienen como referencia para su ejecución el Xacobeo. Da igual si las obras caen en el ámbito de la Xunta o al Concello —no así las del Estado, al que eso del año santo debe sonarle a festividad local—, la consigna es que deben programarse con ese horizonte de puesta en servicio. Después la realidad ya se encarga de poner las cosas en su sitio. Por eso el año pasado estrenamos una intermodal de la que solo están operativos dos tercios: la terminal de autobuses y la pasarela peatonal, porque lo que hemos dado en llamar la estación del AVE —es decir, el edificio de viajeros que debe construir el ADIF— se hará esperar otros tres años, en el mejor de los casos. También las obras de Concheiros y las del nudo de esa calle con la avenida de Lugo estarían para el Xacobeo y solo llegarán a tiempo para la prórroga.
Pero entre todos los proyectos que necesita la ciudad hay uno que sigue arrinconado y por el que los años —los santos y los que están en medio— pasan de largo. Es la reforma del campus sur. Ahí siguen sus vetustas farolas, sus singulares baldosas que levitan sobre las aceras, sus maltrechos viales. Los compromisos se suceden, uno por cada gobierno que entra en Raxoi. Y las obras no acaban de llegar. Empezarán un año de estos. La triste canción de siempre.