«El ruso es un pueblo de paz, son las primeras víctimas de este monstruo llamado Putin»

O. P. SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Sonia Muñoz y su marido José Manuel San Román, con su hija Verónika en la Plaza Roja en el 2007
Sonia Muñoz y su marido José Manuel San Román, con su hija Verónika en la Plaza Roja en el 2007

Sonia Muñoz, que vive en O Milladoiro con su hija adoptada en Rusia en el 2007, subraya que si no se manifiestan más contra la guerra es porque están sometidos

04 mar 2022 . Actualizado a las 20:43 h.

Sonia Muñoz viajó a Rusia en cuatro ocasiones. La última, en el 2007 con su marido José Manuel San Román, para traerse con ellos a su hija adoptiva, Verónika, que hoy tiene 16 años. Desde O Milladoiro (Ames), Sonia señala que con la guerra desatada por Rusia contra Ucrania «he llorado de verdad. Me consta que el pueblo ruso es un pueblo de paz, son las primeras víctimas de este monstruo llamado Putin». Lo dice tras residir un mes en Revda, una pequeña población cercana a Ekaterimburgo, donde su hija vivía en la casa de una de las cuidadoras del orfanato, Svetlana. «Son gente maravillosa, súperhospitalarios, con un carácter que se asemeja mucho al gallego. Me vine con un concepto del pueblo ruso que dista mucho de las películas americanas. Vi abuelitas en las calles vendiendo arándanos para sobrevivir, a un militar en el avión a Moscú con un traje superdesgastado y todo su equipaje en una bolsa de plástico ... Y, frente a eso, enormes edificios de Prada, de Versace ...», en país con enormes desigualdades.

Entiende así que las sanciones a Rusia castigarán también un pueblo que pasa ya muchas estrecheces, como las que vio en el mínimo apartamento de la cuidadora de su hija. Y no duda de que la población está en contra de la guerra: «Si no salen más a la calle es porque están sometidos, es por miedo, es otra vez la época de Hitler. Quienes se manifiestan allí son unos valientes». Sonia es partidaria de una intervención militar para frenar a Putin, «porque no va a parar».

Desde aquí, cree que «no podemos hacer como si no pasara nada, tenemos que salir todos a la calle, como cuando fue lo de Miguel Ángel Blanco». Ella trata de evitar con su testimonio una posible rusofobia, cuando el problema es su presidente. «Yo amo a Rusia, me trajo lo mejor que tengo en mi vida. Cuando adoptas a un niño del extranjero, ese país automáticamente lo llevas en vena». Por eso, distintas familias que coincidieron en el proceso de adopción se telefonean todos estos días sin dar crédito al horror de esta guerra. Entre otros, habla con unos amigos de Cataluña que en su día adoptaron a su hijo en Ucrania y a su hija en Rusia. Dos hermanos, como lo fueron hasta la fecha los dos países.