La secuencia es la misma de todos los años. Las vacaciones mallorquinas han sido excelentes. Recogemos, saldamos cuentas y entonces llega el plus. Tantos días a tanto por persona, 30 euros de tasa turística. Nada que objetar. La presencia masiva de visitantes genera unos sobrecostes en los servicios y parece justo contribuir a sufragarlos. Este debate asoma tímidamente cada verano en Santiago sin que llegue a asentarse para propiciar una reflexión seria y serena que trascienda el barullo político. El contexto para el análisis lo vemos a diario. Cualquier compostelano lo conoce bien, hay poco que explicar. La presencia de miles de jóvenes en la ciudad ha dado estos días pie a comentarios, más o menos intencionados, sobre la conveniencia de replantearse un modelo turístico que algunos etiquetan de invasivo y que concentra su mayor presión sobre un casco histórico cada vez más despoblado. El debate es complejo, pero lo que está claro es que esa afluencia de visitantes dispara en verano las facturas de servicios como los de limpieza y recogida de basuras, o la seguridad. Y la hostelería y el comercio se están quejando de que, con los precios de la energía y de los suministros disparados, los ingresos ya no son los que eran. Puede que gravar el turismo no sea aquí necesario. O tal vez sí. En Galicia repostar combustible nos sale más caro porque pagamos un céntimo sanitario —que en realidad son varios— para financiar la sanidad pública. Y a nadie se le ocurre discutirlo.