La magnífica área recreativa de Ponte Carballa, que Frades comparte con Mesía, es el kilómetro cero
15 jul 2023 . Actualizado a las 04:50 h.El río Samo se adentra en tierras compostelanas por el municipio de Frades. La magnífica área recreativa de Ponte Carballa, que ese concello comparte con Mesía, es el kilómetro cero. Y un aviso inicial: procede prepararse para dar muchas vueltas por pistas para ir pegados a la corriente lo más posible. Dos lugares sirven de referencia: Pazo de Galegos y la iglesia de San Martiño, y, sobre todo, la centenaria maquía, en el puente de Pedrouzo, carretera que une Ponte Carreira y Ordes, y justo antes de cruzar el río, a la diestra.
A partir de ahí el Samo solo se sigue por su margen derecha con muchas dificultades. O para decirlo de otra manera, campo a través puro y duro, aventura únicamente recomendada para quien presuma de dos cosas: buena preparación física y buena ropa para ir a la montaña. De forma que lo mejor en la mayoría de los casos es dar marcha atrás desde Pedrouzo y en la primera curva a la izquierda meterse por la pista que pone rumbo al sur. A la altura de A Armada sí es posible ir en paralelo a la corriente por un sendero. Pero este es también un tramo para avezados, y desde luego no en bicicleta.
Si el excursionista es eso, una persona normal sin grandes aptitudes atléticas, entonces no hay que darle vueltas: desde A Maquía debe tirar a Marzoa (pazo cerrado, buen cruceiro y bonito lavadero) y buscar O Castiñeiro Redondo, curioso nombre porque se ignora que existan castiñeiros cuadrados o pentagonales. De ahí a A Barreira, fin del asfalto. Siempre en descenso —a veces, acusado— se llega al río, donde a izquierda y derecha albergaba sendos molinos que casi obligan a recordar los trabajos de los abuelos o bisabuelos, bajando aquella respetable cuesta con el maíz o el trigo (este mucho menos) en la espalda y subiéndola después con la harina. Y no, no todo el mundo tenía un burro y menos aún un caballo.
Obligada marcha atrás y, antes de ganar de nuevo O Castiñeiro Redondo, desvío a la diestra, ancho y bien asfaltado, que discurre en paralelo al río, el cual no se ve porque las plantaciones de eucaliptos llegan hasta él por una y otra ribera. Esa pista, sin tráfico alguno (es un misterio saber para qué y por qué se asfaltó) y cómoda para ciclistas, desemboca en la con cierta pomposidad llamada área recreativa de Arderís: un espacio pequeño con unos bancos y mesa, y el Samo bordeándolos pasando debajo de un moderno puente y otro viejo que merece ser calificado de pequeña joya, olvidada por todos, que ha frenado cientos de kilos de madera en forma de troncos y ramas, algo que, sea dicho de paso, no solo afea el lugar sino que constituye una auténtica vergüenza para los responsables de las aguas fluviales gallegas.
Y empieza el tramo más difícil. Son solo tres kilómetros en línea recta, algunos más andado, como es lógico. La descripción del itinerario implica decir que procede ir desde Arderís a la izquierda, elegir la primera a la derecha, en un alto tirar hacia Meimixe, señalizado (magnífico entorno privado, con pazo y capilla) y Cabanas, y en esta última aldea girar a la derecha para descender. El río que se cruza por A Ponte Carneira no es el Samo, es el Tambre.
Si se ha llegado hasta ahí es que se ha pasado el desvío que existe en la única curva de noventa grados, cuatrocientos metros antes. En realidad son dos pistas, una que tira hacia el norte, y que lógicamente no se coge, y otra hacia el sur. A partir de ese punto esperan mil seiscientos metros cómodos (más incómoda es la vuelta, sin duda alguna) hasta alcanzar un minúsculo puente. Y sí, esas aguas que corren por abajo son las del Samo, que cincuenta metros más allá se entregan al Tambre en un paraje de una belleza tal que compensa, con creces, el esfuerzo hecho para llegar hasta ahí.