El reino de las abejas pone punto final al recorrido por la orilla coruñesa del embalse del Ulla

Cristóbal Ramírez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

C. Ramírez

Durante la ruta se halla la iglesia de Santa María de Tronceda y un bonito cruceiro, concluyendo en O Enredo do Abelleiro

09 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Las colinas que mueren en el embalse de Portodemouros son lugares al que el calificativo de apacibles les viene como anillo al dedo. Las pequeñas aldeas se ven, en general, cuidadas —ahí está Sesa de Arriba para demostrarlo—, y alegran el ojo viviendas rehabilitadas con mucho gusto. Nada es ampuloso en estas tierras de Arzúa, pero en el ambiente sí flota una cierta elegancia. Además, San Pedro de Viñós, justo en la orilla de ese embalse, presume de oferta hotelera, y despertar viendo aquella masa de agua, con la niebla levantándose, entra en la categoría de auténtico lujo. Esa localidad que recibe con una fuente, un banco, un lavadero y una papelera tiene incluso un edificio con aire de misterio, rebosante de vegetación, y es ni más ni menos que su iglesia parroquial.

Si hay ganas de andar, desde la aledaña Vila do Fondo parten dos pistas de tierra en aceptable estado y con buena anchura: una lleva directamente a la ribera tras medio kilómetro escaso y descendente, y la otra, que triplica en longitud a la anterior, muere en Tronceda Vella tras salvar con dificultad el rego de Tronceda (llamado también de Cheda). Por supuesto, es posible también ir en coche dando una vuelta por Ourís (área de descanso con barbacoas) y Ramil (atención a la vivienda alejada a la izquierda, construida en ele y con tres magníficas chimeneas).

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La iglesia de Santa María, en Tronceda, explica también que pertenece al tercer cuartel, recordando las antiguas divisiones de corte militar. Mampostería abundante, sillares en las esquinas, un campanario de dos cuerpos con un par de campanas y unos laterales que reclaman cuidados. En los alrededores, las perseguidas acacias, algunas casas abandonadas, un lavadero de cemento y, al fondo, la presa del embalse, a la que se llega en unos minutos. Y justo antes arranca a la izquierda un camino que termina en el agua a poco más de medio centenar de metros.

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En ese lugar se alza un bonito cruceiro de los llamados de crucifijo, pues uno de estos lo corona. Siguiendo a la web especializada patrimoniogalego.net, «con plataforma cuadrangular de dous chanzos e pedestal cúbico na que ten gravado un cáliz». El varal comienza con sección cuadrada que se convierte rápidamente en un octógono. La obra es de granito, y su estado de conservación es curiosamente bueno, sin que parezca que le haya afectado mucho la humedad siempre constante.

Al comienzo de la presa, un cartel informa que su longitud es de 470 metros y que cuenta con dos turbinas. Se informa así mismo que quedaron inundadas mil doscientas hectáreas de labradío, y que cuatro aldeas desaparecieron bajo las aguas: dos de Agolada, una de Arzúa y la cuarta de Santiso. La gran obra, que provocó la ira del vecindario puesto que quien más y quien menos tenía fincas en una y otra parte del embalse, se inició en 1964 y se inauguró el 1 de marzo de 1968.

El final de la excursión es nada menos que O Enredo do Abelleiro, un santuario de las abejas y la miel, un lugar cargado de pedagogía con una buena tienda. Idóneo para adultos, adolescentes y niños. Todo un ejemplo.

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Esa pista continúa descendiendo y luego arranca un camino a la derecha con un pequeño y bonito salto de agua. Si no ha llovido, es un paseo grato. En cualquier caso, siguiendo ese asfalto llega un momento en que una valla impide el paso al agua. Pero no resulta mala cosa acercarse para contemplar la presa en toda su magnitud. Que, por cierto, es mucha.