Pazo, crucero e iglesia impiden que se pierda el pasado señorial de San Pedro de Présaras

Cristóbal Ramírez SANTIAGO

SANTIAGO

CRISTÓBAL RAMÍREZ

La ruta permite disfrutar también del denso bosque de ribera a orillas del Tambre

10 sep 2024 . Actualizado a las 23:07 h.

El Tambre puede definirse como un río tímido y escurridizo en sus primeros kilómetros, después de su nacimiento en la laguna tan artificial como varias veces centenaria de Sobrado dos Monxes, cercana a su conocido monasterio. Durante un largo trecho, desde A Ponte da Louseira a Ponte Froxá, corre solo, sin compañía humana que ni tiene ni tuvo: no se sabe de ningún asentamiento prehistórico o medieval en sus orillas. Por no haber no hubo ni molinos durante esos más de cuatro mil metros.

Ponte Froxá, humilde, es un buen lugar para inspeccionar la corriente y hacerse vecino de ella, con las casas de A Medorra como referencia, y una vez en estas buscar (señalizado) A Ponte San Pedro, topónimo que hace una doble referencia: si en ese pequeño grupo de edificios se gira a la izquierda se llega a otra obra sencilla, la que salva el Rego do Batán. Si a la derecha, en doscientos metros se encontrará la Ponte Grande, que de grande realmente no tiene nada, con el Tambre abajo. En cualquier caso, entre Ponte Froxá y A Medorra hay tal explosión de naturaleza que los amigos de la fotografía lo tienen fácil. Una anotación: por A Ponte San Pedro pasa el Camino de Santiago, el del Norte, Patrimonio de la Humanidad.

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Desde A Ponte Grande, donde lo mejor es el denso bosque de ribera, una relativamente larga recta recorre un terreno llano para llegar a Eirixe, donde se irguió una iglesia cuyas curiosas paredes graníticas exteriores muestran unos colores muy claros. Esto es San Pedro de Présaras, tierra cargada de historia ya que estas tierras conformaron el condado de Présaras, palabras mayores en la historia de Galicia. Sea dicho de paso, el topónimo indica que fueron tierras de colonización en la Alta Edad Media.

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El entorno es grato, a lo cual contribuye el que el cementerio no se eche encima del templo y lo oculte, como sucede en tantas partes de Galicia. Las escasas viviendas cercanas se ven bien arregladas y cuidadas, con un tono alegre, poniendo el pazo una nota de elegancia y señorío que contrasta con la humildad del hórreo de enfrente, de madera y teja propia del país, un buen ejemplar del arte popular. El cruceiro que despide al visitante es de muy notable factura, con sus cuatro escalones y muy trabajado el capitel sobre el que está el Crucificado y la Virgen.

Se alcanza así la carretera que une Melide con Corredoiras y Betanzos. Se cruza y se elige la desviación que en realidad es la carretera vieja. Esto se llama O Rego do Peteiro, un conjunto muy alargado de viviendas —bonita la de 1925, convertida en establecimiento hostelero— en donde destacan las farolas, imitando a las de hace por lo menos un siglo. Mejor verlas de día que de noche.

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Si el viajero quiere alejarse un poco de la civilización, a la altura de A Casilla arranca a la izquierda una pista estrecha y en no buen estado que baja hasta Ponte Portocando, y ahí se reencuentra con el Tambre en un paraje tranquilo, de esos donde nunca hay nadie y que dan la impresión de que jamás pasa nadie. El puente en sí tiene unas barandillas oxidadas dando una mala imagen, mientras el río, todavía muy poco profundo, empieza a correr por el primero de los tajos que ha ido formando a lo largo de los miles y miles de años. Y quiso la Administración que antes de cruzarlo sea Sobrado dos Monxes y en la otra orilla, Boimorto.