Manolo Noya: «Como camarero vi que hacían falta churros en Santiago, me lancé y hoy hago 20.000 al día»
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SANTIAGO
En los 90 vio la necesidad de una empresa que surtiese de churros al sector hostelero. Abrió, primero en Teo y luego en la AC-841, en Compostela, la Churrería Los Tilos. Ya vende más de 6 millones de unidades al año. Las colas en Año Nuevo se prolongaron cinco horas
28 ene 2025 . Actualizado a las 09:14 h.Tras una Navidad en la que en la Churrería Los Tilos, situada al pie de la AC-841, no se descansó, es ahora cuando su fundador, Manuel Gómez Noya, conocido por todos en la hostelería como Manolo Noya, logra hacer un alto. «Todo diciembre aquí fue una locura. En Año Nuevo las colas continuas por churros se alargaron desde las 08.00 a las 13.00 horas. En esa jornada vendimos 70.000 churros, de los que, más allá de los congelados y ya entregados, despachamos sobre 20.000 para hostelería y 16.000 aquí, a particulares. La fila se perdía hacia abajo, junto a la carretera», acentúa agradecido, mostrándolo en una foto.
«La churrería la abrí en 1996 en el centro comercial Los Tilos, en Teo, donde vivíamos. En el 2020 la trasladé a Santiago, siendo una de las últimas casas del municipio. Como nos conocían, ya no le cambié el nombre», aclara.
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Nacido en A Baña, llegó a Compostela en 1980, con 18 años, empezando como camarero en la Rúa Nova de Abaixo, epicentro de la movida. «Trabajé en distintos sitios, como en O'Pote o en A Casiña. Había tanta gente que en dos horas se acababan cinco barriles de cerveza. A mí la hostelería siempre me gustó, sobre todo por el trato con la gente. Luego estuve en la aún discoteca Liberty. Conocí a generaciones de jóvenes», admite y relata que, con el tiempo, también trabajó en el pub Duque y en las cafeterías Milay y Krystal. «Fue en esta última, en la praza Roxa, donde a diario veía la necesidad de una firma que suministrase churros a la hostelería de la ciudad. Había churrerías pequeñas y cafeterías que los hacían, pero faltaba esa venta al por mayor. Nosotros los íbamos a buscar a pie al antiguo El Yate, en la rúa Senra», explica. «Coincidía que yo también quería montar algo por mí mismo. Valoré que era un ámbito en el que no había competencia y sí camino para crecer, al no haber aún aquí tanta tradición de churros como ahora. Cuando lo comenté, muchos me decían que cómo no abría un restaurante en vez de una churrería, pero yo sabía que hacía falta. Con 33 años me lancé y hoy, por suerte, y tras años de esfuerzo e ilusión, hacemos 20.000 al día», prosigue.
«Hace 29 años abrí la churrería en un pequeño local de ese centro de Los Tilos. Empecé solo y ahora somos 12», contrapone satisfecho, aclarando que sumó al proyecto a su mujer, María Josefa Teijeiro, y a su hijo Javier. «Ella es la que marca el ritmo. No pasa nada por alto», estima. «Al principio yo sabía lo básico. Un churrero veterano de Salamanca me dio pautas, también de cómo influye la humedad. Con los años, mejorando maquinaria y a base de experimentar, ya logramos que los churros quedasen crujientes, no aceitosos. La masa tiene que estar en su punto. Es cierto eso de que "el secreto está en la masa"», comenta riendo.
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«Algo clave al inicio fue también que yo venía de la hostelería y conocía al sector. Nos abrieron las puertas. Rápidamente crecimos. Hoy de los más de seis millones de churros que hacemos al año, el 90 % se destinan a los bares de la comarca, llegando también a Lalín o Santa Comba. Tengo 400 clientes mayoristas. Cada día fabricamos 4.000 churros congelados», encadena sobre una expansión que le llevó a trasladarse en el 2020 a una nave de 400 metros cuadrados en Santiago. «Al estar a pie de carretera, particulares que no nos conocían en Teo, nos descubrieron. Muchos valoran llegar y tener siempre churros recién hechos. Aquí salen 50 por minuto. Por el boca a boca unos llamaron a otros», aprecia. «Un matrimonio de Valencia, siempre que viene, se lleva más de 100 churros para allá en el coche... Cada viernes, antes de ir al trabajo, gente para aquí para sorprender a compañeros», añade sobre un calor popular que crece los sábados y cada Navidad.
«Ya en el 2021 vinieron en Año Nuevo a por churros 10.000 personas. Esa noche es un no parar, pero también es bonita, porque estamos todos. Mi hija, doctora en neurociencia y profesora en dos universidades suizas, no falla y viene a ayudar», destaca con orgullo. «Esa noche yo ceno un bocadillo y me vengo... Ahora, en general, entro a trabajar a las 03.00 horas. Pasé de trasnochar en la hostelería y acostarme a las 06.00 a irme a la cama a las 20.00 horas», razona risueño. «Llevo así casi 30 años, pero feliz. Fue duro, pero sí valió la pena», subraya.