Seis años después de haberse ido a vivir a Madrid, J. volvió a Santiago. Había sido un buen vecino con el que tenía una grata relación, y por eso el reencuentro fue muy cordial. Solo pudimos comer juntos e ir a un par de sitios más porque él tenía que seguir viaje.
J. está como siempre, pero viene de la capital y se nota. Se dedica al márketing en una empresa puntera, y no ocultó su alegría por su campaña de este año Back to school, y al mismo tiempo lamentó que por ética (eran competencia) no pudo participar en la de Good vives only, que al igual que la anterior es de una cadena del textil. Reconoció que centrarse en campañas de la casual fashion no es lo que más le emociona.
Sigue eso sí, yendo al yim, pero ahora tiene un coach privado. Curiosamente, ve mucho menos fútbol que antes, porque, me explicó, «no paran de cuerpear y todo es juego lateralizado». Asentí, por supuesto.
En estos momentos, y esa es la razón de su viaje a Galicia, está preparando una campaña sobre las flex living, ya que, dice, esa es la solución para aumentar las viviendas de alquiler, tras haber hecho una en Baleares sobre el carsharing.
Disfrutó de la comida por una razón muy sencilla: «En Madrid no tengo tiempo para nada y no sé cuántas cheesburgeres como al mes». En la despedida confesó que sentía envejecer rápidamente, «y a veces tengo la sensación de que mi vida se halla a punto de ser over». Lo animé, claro está, si bien dudo de qué me querría decir. Sí me comentó que «mi former wife intentó contactar conmigo, pero pasé». Quizás tuviera algo que ver, no sé.
Yo me he alegrado de verdad de ver a J., pero la próxima vez preparo en serio el encuentro. O me llevo bajo el brazo un diccionario.