Las ciudades, en general, y también Santiago, tienen un problema con sus mascotas. Esta población de «vecinos» crece día a día como nunca antes, y bienvenidos sean los nuevos residentes, siempre que su integración en la vida cotidiana en los espacios públicos se produzca con plena normalidad, que para eso hay unas normas de sentido común, sencillas de aplicar, y si alguien las desconoce o las olvida siempre puede recurrir al libro gordo que recopila las normativas municipales, que para eso están en vigor y dotadas de un riguroso, sobre el papel, régimen sancionador. Pero no es cuestión de que la sangre llegue al río, porque con una dosis de buena voluntad en el ejercicio de la urbanidad la prueba quedará superada. El problema debe ser estadístico, en el caso de que sea atinada la percepción de que se está produciendo un incremento de este tipo de conflictividad callejera, que siempre ha existido: hay más casos porque hay más mascotas, pero no porque los propietarios sean más irresponsables. Quien tiene la atribución de hacer respetar las normas debe actuar. Sin llegar al extremo de advertir de posibles ataques graves a personas por parte de ejemplares de razas «peligrosas» —los peligrosos pueden llegar a ser los propietarios, más que esas razas—, hay un amplio catálogo de faltas de convivencia que requieren la intervención de una autoridad para impedir que se normalicen, evitando, además, el conflicto entre los humanos implicados, desde el tradicional problema de calles sembradas de excrementos a las puertas de las casas que no se han recogido, o que se han recogido en bolsitas y luego estas se han tirado de cualquier manera en una zona verde o en cualquier rincón; soltar los perros fuera de las zonas delimitadas para ello, o tenerlos descuidadamente en la terraza del bar zampándose golosamente la tapa del de la mesa de al lado. Por no incidir en los problemas que pueden surgir de repente, con personas u otros animales, cuando la mascota va suelta por la calle. El Concello puede poner más medios, y no estaría de más que empezase por instalar recipientes para excrementos con dispensador de bolsitas allí donde sea necesario. Lo que no puede es mirar para otro lado, ni en la prevención ni en la sanción.