Laura es fuerte. Con esas palabras se refirió una vecina de calle a una mujer muy joven que ha visto cómo su pareja se iba para siempre dejándola con una niña muy pequeña. Conmoción por el fallecimiento en la parte alta del casco histórico, porque el hombre estaba empezando la treintena y su negocio, Buen Jamón, marchaba con el viento a favor ofreciendo lo que hay que ofrecer al turismo, escapando de tener en el escaparate lo más barato a ver quién pica y apostando por la calidad.
La fragilidad de la vida ha quedado bien a las claras ahí, pero ni así mueve a la reflexión. La sensación de “a mí no me toca y soy (casi) eterno” hace que todo se deje para mañana y se viva despreocupadamente, hablando en genérico de lo malo malísimo que es Trump y de lo aún peor que es Putin. Filosofía pura. Lo que no es filosofía es la gran debilidad del pequeño comercio, que, si hace caja constantemente en la ciudad, no puede ocultar dos puntos débiles. Uno, el tipo de relaciones de pareja de hoy en día, y atreverse con un negocio implica correr el riesgo de un divorcio dentro de ocho o diez años y acabar en un pozo económico.
El otro la define la inseguridad de poder abrir mañana. No ya por una muerte como la del propietario del Buen Jamón sino por una simple enfermedad o un pequeño accidente. Encontrar gente para trabajar constituye labor cercana al heroísmo, y se acabó aquello de hace medio siglo que se entraba a trabajar en un comercio y ahí se estaba hasta la jubilación. Laura, en efecto, además de un encanto es fuerte y va a salir adelante sin mucho tiempo para llorar: tiene una hija con el futuro por delante y sin duda luchará por ella con todas sus fuerzas. Y es que así es la vida.